Recordando al “Primus”: la cocina que dio calor y alimento a miles de peruanos en el siglo anterior
Hubo un tiempo en el que muchos hogares peruanos no decían “cocina” sino “primus”. Los pobres no conocían lo que era un balón de gas y usar energía eléctrica para cocinar los alimentos era un lujo inaudito.
Ese era el tiempo del primus, la marca más vendida de hornillo en el siglo anterior. La versión más pequeña y popular era un trípode metálico y ruidoso que expulsaba fuego según se “infle” la bombilla.
Sí, las amas de casa debían de “inflar” el primus de la misma manera en que se infla el balón de fútbol pero luego no había ni juego ni barra… todo lo contrario, el ambiente se saturaba del olor a kerosene y el ruido del fuego expulsado como de un soplete.
La base de las ollas acababan “negras, negras”, como alguna vez escuché y no hay que olvidar que prender el primus requería habilidades “especiales” e inútiles en estos tiempos de válvulas y amistosos hornillos de gas.
Primero había que calentar la zona de donde salía el fuego. Se usaba alcohol o kerosene para encender una pequeña fogata; posteriormente, se “inflaba” la bomba hasta que salía un gas maloliente y tóxico que finalmente se encendía.
No siempre sucedía tal como se describe, sino que el agujero para la salida del gas de kerosene se taponeaba y, había que buscar la “aguja de primus”, una aguja sujeta a un pedazo de metal.
Introducir la aguja al agujero era un reto similar al de pasar el hilo por el ojo de la aguja de confección. Si en esos años hubiera existido “Esto es Guerra”, destapar primus hubiera sido el reto mayor.
A veces, habían incidentes como pestañas y cabellos quemados, pero la generación que usó el primus es menos dramática que la generación de cristal. Mejor dejarlo ahí.
¿Por qué se hizo tan popular el artefacto?
Lo inventó un tal Frans Wilhelm Lindqvist de Suecia, allá por el año 1892. Pasaron 100 años para que sea la cocina más popular en el Perú.
Funciona en la costa, en la sierra y en la selva, donde también aún la usan como parte de la preparación de cocaína.
El poblador rural y serrano usaba el fogón en el campo pero, al mudarse a la ciudad, no podía usarlo. Era demasiado espacioso y, no siempre tenía bosta o madera o alguna otra fibra vegetal para cocinar.
En cambio, el Primus, era pequeño, confiable y comparativamente económico. De la misma manera, el kerosene era accesible y se podía comprar en la esquina pues no faltaron vecinos que vieron en la demanda, un negocio.
La migración masiva del campo a la ciudad y de la sierra a la costa dio nacimiento a esa fidelidad con el artefacto que, adicionalmente, tenía la ventaja de poder ser transportado en una mochila o en una carreta de comerciante.
Era como si lo hubieran inventado especialmente para el peruano de esos tiempos y como todo en esos tiempos, también podía reventar. No faltaron las noticias sobre quemaduras por explosión de Primus… definitivamente, guardaba en sí el espíritu de la época.
Su llama se extingue
Para el año 2014 se estimaba que, de cada 100 hogares, 76 usaban gas por obvias razones que hoy tomamos como algo natural: sin malos olores, de fácil combustión, sin tanto tizne ni agujas para destapar pequeños agujeros.
A finales de los años 90, el balón de gas dejó de ser cosa de ricos y, los hogares, poco a poco comenzaron a tirar los “primus” al rincón más olvidado de la casa.
Hasta algunos fabricantes de cocinas primus versión chola, tuvieron que adaptarse rápidamente al gas pues, sus ventas caían rápidamente.
Actualmente se puede comprar una cocina de la tradicional marco en sitios de internet como curiosidad de museo u objeto necesario para ir de campamento.
El kerosene fue olvidado muy rápido por la promesa de gas y que muchos peruanos incluso pagaron con gusto parte de la inversión para su extracción mediante un recargo en sus recibos de luz.
Es lo que tanto hubieran querido aquellos que en vida solo conocieron el atorarse por el fuerte olor del Primus.