Presidente de EEUU, el hombre de las emociones: ríe, llora y pide disculpas
Se ríe, llora, pide disculpas. Para ser el hombre más poderoso del mundo, el presidente estadounidense, Joe Biden, muestra bastante su lado blando.
El lunes, se disculpaba en Glasgow en nombre de Estados Unidos por Donald Trump, a quien venció hace un año. Un día antes, en Roma, Biden casi llora al hablar de su hijo fallecido y el Papa.
Y eso fue solo durante su viaje a Europa para las cumbres del G20 y del clima, antes de volver a casa este martes por la noche.
Trump hacía gala de un estilo de macho bravucón, Barack Obama denotaba autoconfianza, pero Biden lleva sus emociones a flor de piel.
Ignorando la máxima de la política de que las disculpas muestran debilidad, dice «lo siento» todo el tiempo: por llegar tarde, por hablar muy largo, por ser aburrido, o por no ser tan bueno como quienes lo rodean.
Con frecuencia sus disculpas son parte de una ligera auto desvaloración. «Hola a todos, soy el esposo de Jill», es una de sus frases de apertura favoritas cuando la primera dama Jill Biden está presente.
Su respuesta a malas noticias muchas veces es dibujar una sonrisa.
Cuando el mes pasado quedó claro que no había logrado apoyo legislativo para garantizar educación superior (community college) gratuita a todos los estadounidenses, el presidente de 78 años bromeó con que Jill, quien es profesora universitaria, lo echaría de la cama.
«La Casa Blanca tiene muchas habitaciones», dijo.
Disculpas por disculparse –
La disculpa del lunes porque Trump había sacado a Estados Unidos del Acuerdo de París por el clima fue una clásica de Biden: comenzó disculpándose por disculparse.
«Supongo que no debería disculparme, pero lo hago», dijo. Sus comentarios emotivos el día anterior sobre su recordado hijo Beau, quien murió de cáncer cerebral en 2015, fueron extraordinarios por su auténtica franqueza.
Inicialmente sugirió que no respondería una pregunta de un periodista sobre lo que había significado para él su reunión con el papa Francisco, diciendo que era «personal».
Pero las compuertas se abrieron cuando recordó cómo el Papa, durante una visita a Estados Unidos, lo había contactado para apoyar a su familia al poco de la muerte de Beau. Las «heridas aún estaban frescas» y el Papa tuvo un «impacto tan catártico», dijo, mientras se quebraba su voz.
Sello político
La apertura emocional de Biden no responde solo a su personalidad. Es su sello político. Al presentarse como «Joe, de la clase media», un aficionado a los autos y los trenes con raíces obreras en Scranton y Delaware, se muestra demasiado real como para darse el aire clásico de los políticos.
Esa es la idea. Por su edad y su ahora enorme responsabilidad, su imagen pública ha evolucionado a algo así como un sabio, pero aún juguetón tío anciano. Pero, ¿funciona? No para todo el mundo.
Algunos detractores dicen que Biden es muy débil para la política salvaje de Washington. Destacan que hasta ahora ha sido incapaz de que su propio partido apruebe en el Congreso su enorme plan de inversiones en infraestructura y gasto social.
Otros críticos más duros incluso cuestionan su capacidad mental, o -en el caso de Trump y sus seguidores- difunden teorías conspirativas que apuntan a que Biden es una marioneta en la Casa Blanca.
Encuestas
No hay dudas de que nueve meses después de su llegada al gobierno y un año después de su elección, Biden enfrenta problemas.
La última encuesta de NBC News dice que 54% de los estadounidenses desaprueban su desempeño. Y solo 42% lo aprueban.
Trump también ataca a Biden casi a diario, mintiendo sobre que él fue el verdadero ganador en las elecciones de 2020, mientras planea un regreso en 2024.
Y los demócratas tiemblan ante la posibilidad de que su candidato para gobernador en Virginia pierda la elección este martes, lo que podría presagiar una derrota en el Congreso en las legislativas de medio mandato del próximo año.
Pero pese a su sentimentalismo, Biden no parece dejar que el pesimismo le afecte.
Muchas veces su exasperación solo se muestra en alguna frase como: «Vamos, hombre». O, como la que dijo en Roma: las encuestas «sube y bajan, suben y bajan».