Perú exige nueva constitución
“Pedirle peras al olmo” es un dicho popular que encierra una sabiduría dialéctica. El olmo es un árbol muy parecido al peral, pero no produce peras y entonces, se hace la comparación como un imposible. Viene al caso, las reiteradas proposiciones por una nueva constitución que se enarbolan en la izquierda como solución a los males actuales de la sociedad peruana. Es cierto que muchos problemas económicos y sociales se lo debemos a la constitución vigente y que es necesario cambiarla. Pero, ¿Cuál es la factibilidad de esta bandera? O se trata de una falsa expectativa.
Una bandera apropiada puede encumbrar liderazgos de manera inusitada si es que tiene eco popular. Allí está la clave del éxito político de un movimiento, cuyas banderas son capaces de lograr el estímulo de movilización espontánea en la población que las hace suyas. Lo vemos en el movimiento contagioso de los “chalecos amarillos”, como lo hemos visto en la marcha de los cuatro suyos, en las inmensas movilizaciones campesinas por la defensa ecológica de su hábitat, etc.
Los grupos políticos podrán reunirse con fines electorales armando frentes de cúpulas y programáticas, pero si esto no conmueve a la población, no habrá el estímulo de identificación con el proceso y el distanciamiento continuará. En cambio, un sentimiento compartido como por ejemplo, la problemática generada en torno al proyecto minero Las Bambas, puede adquirir niveles de movilización masiva hasta llegar al heroísmo. Las banderas aglutinadoras son quizá, la principal carencia de los grupos de izquierda. Ellas están allí, en la lucha popular, pero la izquierda, no las ve.
Una constitución es la envoltura jurídica externa de un país. Dentro de los límites de esta envoltura la sociedad queda organizada y sujeta a las normas de comportamiento social que de ella se deriven. Pero este ordenamiento social no es neutro, pues obedece a la predominancia ideológica de quienes detentan el poder. Cuba tiene una nueva constitución en condiciones regidas por el socialismo en el poder. En nuestro país, la constitución vigente fue establecida bajo un poder gubernamental fraudulento, concordante con los intereses neoliberales.
El primer congreso constituyente convocado por San Martín, que se reunió en septiembre de 1822, presidido por Francisco Javier Luna Pizarro, ejerciendo de secretario el bisabuelo de José C. Mariátegui, (don Francisco Javier), tuvo una composición totalmente ajena a la población aborigen. (Entre españoles sudamericanos y peninsulares, mayormente sacerdotes y abogados de la aristocracia virreinal). Ningún representante de la población aborigen, mayoritaria y verdadera dueña del país, pues sus miembros no tenían derecho a ser llamados peruanos, sino simplemente “naturales”. Lógicamente, la primera constitución peruana tenía una ideología impropia para la población nativa.
Entonces, si la constitución define la naturaleza ideológica de la república porque responde a los intereses de quienes gobiernan, se necesitará estar en condiciones de poseer el gobierno nacional para establecer una nueva constitución que responda a nuestra ideología. Si ese no es el caso nuestro en este momento, ¿Qué sentido tiene agitar actualmente la consigna de una nueva constitución? ¿Qué poder tiene la izquierda lograr este propósito?
En anterior oportunidad he mencionado que la izquierda alcanzó su mayor bancada en el congreso que aprobó la Constitución de 1979, con cerca de la tercera parte de congresistas, a pesar del boicot de partidos extremistas. Si con este logro, la izquierda no tuvo papel gravitante en la naturaleza de dicha carta magna, menos lo tendría ahora obviamente. No existiendo garantías de una Constitución más aceptable que la del 79, quizá lo más conveniente sería pugnar por la vigencia de esta, suprimiendo la espuria que nos rige.
Pero supongamos que la mencionada consigna tiene éxito y se convoca ahora a un Congreso Constituyente. ¿En qué condiciones lo haríamos? Pues pasando por un filtro electoral condicionado para que los representantes populares no sean mayoría. Como nos consta, el actual sistema electoral es el que arroja legisladores de la peor especie. En este caso, la mayoría parlamentaria sería de derecha envilecida y por consiguiente, la nueva constitución sería producto de ella, sin que la bancada izquierdista tenga capacidad de influir decisivamente.
Si lo que propugnamos como bandera no es obtenido, la frustración desalienta. Por ello es necesario desarrollar una estrategia apropiada pues aunque el objetivo pudiera estar bien planteado, mucho depende del procedimiento estratégico a seguir. En este caso, hay que trabajar para crear las condiciones requeridas y uno de los prerrequisitos es, luchar para cambiar el sistema electoral vigente, que es la trabazón que impide al acceso al poder de la representación popular. Hay pues, pasos estratégicos previos que cumplir para conseguir las condiciones adecuadas a nuestro propósito.
Pero aun cuando accedamos al poder y nos propongamos una nueva constitución, nos encontraremos con la disyuntiva de escoger si lo que conviene es una que refleje nuestra ideología o, una que concuerde con ella pero adecuada a las actuales circunstancias del poder mundial. Ya hemos visto lo que pasa con los gobiernos populares que intentan independizarse y tener soberanía nacional.
Por lo expuesto, será preciso entonces, manejar la bandera de la nueva constitución, engarzándolas con las banderas sentidas por la población a las que deberíamos dar relevancia. Son muchas las banderas que hay en el interior del país, donde la población tiene demandas concretas urgentes. Pero a veces el ambiente político nos arrastra con la fuerza de la prensa y nos olvidamos de las necesidades populares. Escapar de estos escenarios nos puede librar del burocratismo político y de la ineptitud que desengaña a la población.
No basta pues, enarbolar una bandera vacía sin el contenido de nuestras propuestas que le den los atractivos suficientes para que la población nos siga. Ningún movimiento político puede tener sostenibilidad si no tiene los atractivos que alimenten su protagonismo. Son incontables los casos de integraciones electorales que han sido “flor de un día”, porque el interés no es otro que los apetitos políticos particulares, más no, las demandas populares.
En estas condiciones, corremos el riesgo de seguir en la misma situación, repitiendo lo ya fracasado. Los campesinos y otros sectores populares se preguntarán: ¿Nueva constitución? Sin atinar a interpretar la consigna porque tienen otras angustias en el primer plano. Entonces planteo: Una nueva constitución sí, pero primero la de la izquierda. No una nueva constitución con los viejos métodos, sino una que revolucione nuestras filas. Salvo mejor parecer.