Juramento de fidelidad: Valor civil de una conmemoración
Galileo Violini es un gran matemático italiano, profesor de la Universidad de Calabria, con quien somos amigos desde la década del setenta del siglo pasado. El 6 de abril pasado pronunció un discurso en el Departamento de Matemática de la Universidad La Sapienza de Roma “Guido Castelnuovo”, con otros famosos profesores, recordando los 90 años del juramento de fidelidad al régimen fascista y los 80 años de la desaparición de Tullio Levi–Civita, la víctima más ilustre de las leyes raciales de 1938, en Italia.
En el Perú el Holocausto es casi desconocido, y muchos adoran el juramento de fidelidad.
En realidad aquí, del Holocausto, que fue el asesinato de más de 6 millones de judíos por Hitler, su nazis y sus secuaces europeos, solo saben las familias judías y algunos intelectuales y profesionales informados. Es la consecuencia de nuestra tasa de lectura promedio que está entre las más bajas del mundo.
El juramento es una mala costumbre, una costumbre jurásica. En el discurso transcrito se ve su origen: obligar al súbdito a declarar fidelidad a los reyes y nobles y a los dictadores. Debería desaparecer. Si un cargo público tiene como origen la elección, el título habilitante es la proclamación por el Jurado Nacional de Elecciones; si su origen es el nombramiento, ya se trate de un ministro o algún otro alto funcionario, ese título es la resolución de nombramiento o contratación; si se trata de un profesional universitario, el título es el diploma que acredita la terminación satisfactoria de los estudios pertinentes. Y no se necesita jurar para ser lo que ya se es. Hubo aquí un caso de juramento masivo de fidelidad cuando a fines de la década del noventa del pasado siglo unas centenas de altos jefes de las fuerzas armadas, haciendo cola, firmaron un acta de sujeción, muchos con sus sellos personales, al gobierno manejado por dos políticos que fueron condenados luego por asesinos, corruptos y ladrones del patrimonio del Estado. Nada edificante.
Transcribo a continuación el discurso de Galileo Violini que he traducido del italiano. Las notas de pie de página son mías.
Hace algunos meses me encontré por casualidad con Lorenzo Morricone en el puente largo, característico de la Universidad de Calabria. Tras unos minutos de conversación, descubrimos que teníamos muchas ideas en común, más que intereses, y me propuso participar en esta conmemoración. Acepté de buena gana, y, por eso, hoy es para mí un grato deber agradecerle por estar virtualmente en este salón de la Universidad donde fui alumno hace sesenta años y profesor de álgebra abstracta y, sobre todo, de valores civiles, y donde tuve como profesor a Lucio Lombardo Radice, cuya magnífica Carta a Levi Civita, dos días antes del decreto que sancionaba su expulsión de la Universidad, quiero recordar.
Es la segunda vez en dos meses que vuelvo a La Sapienza. La anterior se debió a la conmemoración del Día del Recuerdo de Nella Mortara. Hoy estoy aquí por Tullio Levi Civita y por el tema de la fascistización de la Universidad, para la cual fue central la iniciativa del ministro Balbino Giuliano de modificar el juramento, introducido en 1923 por Giovanni Gentile, de lealtad al rey y a la realeza, añadiéndole la lealtad al régimen fascista. Esta idea se la sugirió Francesco Severi a Mussolini para neutralizar una posible expulsión tout court de maestros insustituibles y, en todo caso, considerados no peligrosos. En ese momento, Severi creía todavía en el valor de la ciencia.
La fórmula del juramento de 1923 atribuía a los maestros una función de adoctrinadores más que de educadores de jóvenes. La de 1931 fue más allá, porque violaba su independencia intelectual y moral al imponerles la renuncia a pertenecer a partidos políticos.
Solo algo más del 1% de los 1125 profesores universitarios se negaron a prestar este juramento, asumiendo las consecuencias económicas del despido y la privación de sus derechos laborales y pensiones. Alrededor de un tercio de los que no juraron fueron judíos, y, entre ellos, el más famoso, Vito Volterra. Otro profesor judío de esta Universidad fue Giorgio Levi Dalla Vida, que cinco años antes había sido sancionado por no haber aceptado la invitación-mandato del rector Giorgio Del Vecchio para asistir a la misa de acción de gracias por la reapertura al culto de Sant'Ivo en La Sapienza.
El 99% juraba y entre ellos algunos maestros judíos, en razón de que grandes nombres de nuestra cultura adhirieron a la invitación de Croce y Togliatti para no abandonar el baluarte de la cultura y la educación. Para muchos esta fue una decisión dolorosa que siguió a una orientación inicial negativa. Entre ellos se cuentan Concetto Marchesi y, entre los maestros judíos, Tullio Levi Civita, quien, después de una estrecha correspondencia con su primo Alessandro Levi y con Giuseppe Levi, el maestro de Rita Levi–Montalcini[1], y con Salvadore Luria y Renato Dulbecco, lo hizo con una reserva explícita de libertad de pensamiento.
Básicamente, una reserva similar, de carácter colectivo, para los maestros católicos, fue anunciada por el Osservatore Romano[2], temperando con ella su identificación con el gobierno y el Estado fascistas. El Vaticano la obtuvo, porque, aunque Pío XI estaba en contra del juramento, para los profesores de la Universidad Católica era voluntario y podía contener la reserva indicada. Sin embargo, cuatro no juraron y entre ellos el propio rector padre Agostino Gemelli.
En un artículo sobre las consecuencias de las leyes raciales en el área de las matemáticas se estima excesivo y poco generoso el comentario de algunos para quienes los maestros judíos no podían esperar en 1938 de sus colegas la prueba de coraje del No previsto en 1931, comentario que yo preferiría llamar absurdo. El juramento era inaceptable por su pretensión de alinear el pensamiento, como otras pretensiones similares incluso hoy, pero era coherente con el Estado fascista. Las leyes raciales fueron otra cosa.
Y esto me remite al motivo principal de este encuentro: la conmemoración de un gran matemático, enmarcado en la memoria de un período sombrío en la Universidad. Antes, otros han recordado sus aportes. ¿Qué agregar?
¿Conmemoraciones como esta o como la de hace dos meses a Nella Mortara, son conmemoraciones ordinarias de científicos? No, no, y, más aún, no.
Dentro de unos días, en la celebración de Pésaj[3], se preguntará a millones de niños, como desde hace más de dos mil años: ¿Ma nishtana?[4] ¿En qué se diferencia esta tarde de esa conmemoración?
Es diferente por los símbolos que la caracterizan.
Tiene lugar en este edificio que hoy lleva el nombre de Guido Castelnuovo, el mismo edificio en el que a él, Francesco Severi le impidió el acceso a la Biblioteca, Severi a quien se le han dedicado no pocas escuelas italianas. Dudoso modelo de valores civiles para nuestros niños.
Se sabe que Levi Civita murió sin poder contar con la asistencia de una enfermera por las leyes raciales (irónicamente, los diarios del 15 de julio de 1938, las titulaban “leyes racistas”).
Esas leyes racistas con el sentido de mi vocabulario, no con el del PNF, le permitieron a Levi Civita publicar, en los tres años y algo más que le quedaban de vida, sólo cuatro trabajos, casi uno por año, cuando su promedio en medio siglo de actividad había sido de cinco por año. Y obviamente fueron trabajos no publicados en Italia, sino en las Actas de la Academia Pontificia de las Ciencias y en la Revista de Matemáticas de la Universidad de Tucumán, donde fue recibido otro profesor judío de esta universidad, Carlo Tagliacozzo.
Contradicciones de la historia: la Academia Pontificia de las Ciencias, que también acogió publicaciones de Volterra y de otros científicos judíos, estaba entonces presidida por el padre Gemelli. Es la segunda vez que lo recuerdo positivamente ahora, lo que no me permite olvidar su vergonzoso obituario antisemita sobre la muerte de Felice Momigliano.
Esta reducción de la actividad científica es, sin embargo, marginal en comparación con la damnatio memoriae[5] para Volterra y los otros matemáticos judíos italianos, conjeturados por la Unión Matemática Italiana como meros eruditos y no como científicos. Cegados por su nacionalismo, los miembros de esta entidad, de pura raza aria, se vanagloriaban de ser capaces de atender por sí la necesidad de enseñar a los jóvenes estudiantes.
Un momento particular fue aquel 10 de diciembre, diez días antes de la sesión del Senado en la que se convirtieron en ley los decretos racistas contra los judíos. Un falso historiador desvergonzado y escandaloso, probablemente no menos escandaloso que su ficción de unas décadas después, afirmó, en una conferencia en la Accademia dei Lincei en 1990, que hubo ausencia de “actitudes racistas espontáneas” entre los matemáticos contra los matemáticos judíos, y añadió, de paso, que los estudiantes universitarios de raza judía (sic) eran objetivamente (sic) favorecidos por sus profesores. ¿El autor? Un futuro presidente de la academia más antigua del mundo.
Conmemorar hoy a Levi Civita es diferente (y lo digo por su esencia cualitativa), es conmemorar a un gran matemático. Pero es también recordar a una persona perseguida por las leyes raciales, con otros cincuenta mil judíos italianos que las padecieron, de los cuales quince mil fueron asesinados y los demás vivieron años de discriminación, terror y suspensión de su identidad. Cuando pasó la tormenta, en la Universidad, como les pasó a los supervivientes del Holocausto al volver a sus casas, casi tuvieron que justificar el hecho de haber sobrevivido.
A cierto número de profesores excluidos se les devolvió sus cátedras, recurriendo a trucos legales para dejar en ellas a los que las habían ocupado. Sobre esto se han escrito libros y conferencias, pero pocos saben que el Ministerio del Interior negó la restitución de la licencia a los profesores excluidos por el fascismo con el pretexto de no vulnerar el derecho de quienes estaban en su lugar
Pequeños y grandes episodios, pero todos dignos de recordar sin jerarquías, aunque con diferentes connotaciones e impactos.
Con diferentes connotaciones, por supuesto. En la historia judía, la memoria del pasado se vive en el presente. Dos semanas después, se recordará el milagro de Hanukkah y el comienzo del sitio de Nabucodonosor a Jerusalén. Las comunidades judías recuerdan tragedias locales como las masacres de Chmelnicki en Polonia, hace trescientos cincuenta años; y recordará por generaciones el 16 de octubre de 1943, con la firma de San Rossore.
En cambio, en nuestro país, el recuerdo de aquellos años para los otros no dura más que el espace d'un matin[6], no mucho más; es un recuerdo fugaz, si pienso en mi segunda universidad. El 27 de enero será sustituido por otro, especialmente querido por los herederos de los camisas negras. La minimización del ayer se puede representar por el recuerdo de dos niñas pequeñas, dos adolescentes, escupiendo a un niño judío.
Esto hace que esta conmemoración sea diferente.
Tenemos que mirar hacia atrás, a esos años y hacerle saber a las nuevas generaciones lo que sucedió. Ningún episodio es despreciable “para que no vuelva a pasar”; queremos que sea más que una consigna ritual repetirla como una letanía.
Empecé con un recuerdo personal y quisiera concluir con otro que se entrelaza con estos hechos y con esta última consideración.
En la década de 1930, Levi Civita realizó una memorable visita a América Latina y pronunció unas palabras proféticas en Lima. Se sentía como si abriera un camino, como un pionero. Ese rastro permitió a numerosos profesores judíos italianos salvarse y contribuir al desarrollo de esos países.[7] Mientras Hitler deliraba con querer convertir a la cultura judía en un objeto de museo en la Sinagoga de Praga, Ascarelli, Mondolfo, Beppo Levi y otros, sembraron las semillas de una nueva vida cultural al otro lado del Atlántico.[8]
Mis recuerdos personales se entrelazan con estos hechos. En mi primera visita a Varsovia, al Gueto, mi primera impresión fue un susto: al lado de una tienda kosher[9] se alzaba un banco alemán. Luego vi a unos niños jugando despreocupados en el patio de una sinagoga.
Las masacres nazis no impidieron la resurrección de la vida. La vida continúa en las nuevas generaciones que deben saber y recordar. Solo así se podrá decir que el virus que envenenó a Europa se ha extinguido, y ningún futuro Sciascia podrá decir que “nuestro tiempo es pesado, muy pesado”.
[1] Rita Levi–Montalcini ganó el Premio Nobel de Medicina en 1986.
[2] Diario del Vaticano.
[3] Pascua judía. Conmemora la liberación del pueblo judío de Egipto.
[4] En Hebreo: ¿Por qué esta noche es diferente de otras noches?
[5] En Latín: eliminación de todo recuerdo de un condenado en la Roma antigua.
[6] En Francés: el espacio de una mañana.
[7] El gobierno de Prado bloqueó el ingreso al Perú de los refugiados judíos que pudieron escapar de la barbarie nazi, y entre ellos el de numerosos profesores universitarios y otros intelectuales, que fueron a otros países de Latinoamérica a los que aportaron no poco de su desarrollo intelectual.
[8] Uno de los padres del Derecho del Trabajo en Argentina y América Latina fue Mario Deveali, Mario Levi De Veali, profesor universitario judío que se instaló en Buenos Aires, en la década del cuarenta.
[9] De comida tradicional y ritual judía.