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Invasión de Rusia a Ucrania: ¿cómo afecta en nuestros bolsillos?

Actualizado: 3 mayo, 2022

Milcíades Ruiz

La invasión de Rusia a Ucrania, ha develado las ataduras de la globalización y su tiranía sin piedad contra inocentes. Sus lazos estrangulan los circuitos económicos en que nos tiene encerrados. Sufrimos los impactos, aunque estemos lejos del conflicto y la incertidumbre nos agobia porque no sabemos en qué, terminará todo esto, ni hasta cuándo, porque EE UU sigue alimentando el fuego.

No es la guerra misma, entre dichos países, la que nos impacta, sino la intervención en el conflicto, de EEUU y su férula internacional. Sus misiles económicos lanzados contra Rusia en forma de sanciones, rebotan y nos hieren donde más nos duele: nuestro bolsillo. Las heridas sangran en los más indefensos, que no atinan a ver de dónde vienen los disparos. Suben los precios y el dinero no alcanza. Es la inflación globalizada.

No es una guerra convencional. Es la guerra hegemónica por el dominio mundial, utilizando también, armamento financiero, comercial, político y hasta racista. EEUU invadió Afganistán, a costa de gastar millones de dólares diarios durante 20 años de guerra, sin acabar con los talibanes. Pero, esa guerra no nos involucró.

Ahora en cambio, sentimos los efectos secundarios de la guerra hegemónica, pues genera inflación internacional que desbarajusta toda la estructura de costos en la economía mundial, tanto en los procesos productivos, como en los servicios. También en las proyecciones de mejoramiento social, planes de inversión y desarrollo, debido a los riesgos de incertidumbre.

Ya se pronostica que, el crecimiento económico mundial bajará. Por efecto dominó, caerán los negocios y el PBI en diversos países, lo que significa mayor pobreza, más hambre. En este panorama, el encarecimiento de los alimentos en el mundo es alarmante y la gente sale a protestar culpando de esto, a sus gobernantes.

En los países andinos, no lo sentimos tan fuerte todavía, porque estamos en época de cosecha. Salvo en aquellos alimentos que tienen componente importado. Pero en agosto, empezaremos la nueva campaña agrícola y la incertidumbre es angustiosa. Los altos costos de los insumos, harán que muchos productores de alimentos no fertilicen o, lo hagan muy poco, por falta de dinero. Esto significa, caída de la producción por baja productividad y menores ingresos campesinos.

Salvo que se tomen medidas oportunas, la oferta alimentaria se irá reduciendo a partir de agosto y para el próximo año, los precios se elevarán, por menor abastecimiento, aunque haya terminado la guerra en Ucrania. Pero la inflación no es solo en alimentos y sus derivados, que es lo más sensible, sino también, en todos los rubros impactados por las represalias de la guerra.

Los bancos centrales que manejan los mecanismos inflacionarios están tomando medidas para contrarrestar la inflación. Una de estas es subir la tasa de interés bancario para reducir el dinero circulante y el volumen de gastos. Eso, bajará la demanda y los precios. Por el lado de la oferta, se podría limitar la exportación de alimentos poniendo topes para que no haya el desabastecimiento que hace subir los precios.

En plena crisis alimentaria estamos exportando abundantes alimentos. En vez de socorrer a los países ricos con nuestra quinua, frutas, hortalizas, productos marinos y de agua dulce, ajos, cebolla, tubérculos, alimentos congelados, alimentos preparados, etc., primero deberíamos socorrer a nuestra población. Solo así, evitaremos la escasez haciendo que la oferta sea mayor a la demanda.

De lo contrario, las agroexportadoras multinacionales nos quitarán el alimento de la boca para dárselo a nuestros depredadores, quedando poco para nosotros, a precios elevados. Estas empresas subsidiadas con la tributación, reducen el stock alimentario, llevándose lo de mejor calidad, dejando para nosotros lo no exportable y a precios elevados. En palta, lo que antes costaba S/. 2/kg, hoy pagamos por encima de 10 soles y lo mismo pasa con la quinua, harina de maca, cacao, etc.

En Perú, según el BCR, la tasa de inflación anualizada aumentó de 6,15% en febrero a 6,82% en marzo, ubicándose por encima del rango meta (máximo 3%) “por el recrudecimiento de alzas significativas de los precios internacionales de insumos alimenticios y combustibles”. La situación en abril está empeorando y ya, hay paros de protesta en diversas regiones, por el alto costo de vida e ineptitud gubernativa.

Todas las proyecciones apuntan a que la zozobra continuará hasta después del 2023. Lo que significa creciente malestar social, protestas, inestabilidad política, hambre, etc. Sin embargo, estamos tan sumidos en la comidilla política coyuntural interna que, no vemos los nubarrones de la tempestad en días venideros. Si no tomamos las medidas preventivas para contrarrestar esta amenaza, lo lamentaremos.

Los que no tenemos poder, nada podremos hacer, salvo movilizarnos masivamente para lograr decisiones en las altas esferas, tan sumisas a los grupos de poder. Es preciso enarbolar las banderas de la independencia real, que rompa las cadenas de la globalización. No habrá democracia alimentaria si no construimos una nueva república sin colonialismo de ningún tipo.

La globalización anula nuestra la libertad, nos quita la soberanía nacional, y nos mantiene prisioneros del sistema, a cadena perpetua. Estamos expuestos a sanciones arbitrarias, directas e indirectas. Es necesario recuperar nuestros hábitos de consumo originarios, sustituyamos los alimentos importados con nuestra propia producción y, hagamos intercambios internacionales equitativos.

La difícil situación que se avecina, también podría darnos la oportunidad para cambiar el modelo republicano que establecieron los colonialistas tras el virreinato. Las convulsiones sociales en la historia suelen ser decisivas. ¿Estamos preparados para asumir el rol histórico que nos demanda la situación actual? Ustedes qué dicen.


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