Martes, 26 de noviembre 2024 - Diario digital del Perú

Decidir por alguien como nosotros o por el huevo de la serpiente

Actualizado: 15 abril, 2021

Jorge Rendón Vásquez

En las elecciones del domingo 11 de abril en nuestro país, el primer lugar ha sido obtenido por un maestro cajamarquino de escuelas públicas, de origen campesino y dirigente sindical, con el 19.069% de los votos entre 18 candidatos. Se cubre con un sombrero de paja de anchas alas, como los usados por los campesinos de la sierra: un hombre del pueblo, mestizo y sin sofisticaciones, como cualquiera de nosotros.

Al día siguiente de la elección, un diario de la red mediática ilustraba su primera página con la fotografía de este hombre y la leyenda: Da miedo. Omitió decir a quiénes les da miedo. No, ciertamente, a nosotros: a los hombres y mujeres del pueblo, semejantes a él. Les da miedo a los propietarios de esos periódicos. Y ¿por qué las da miedo? Porque este hombre había dicho que eliminará la corrupción, que impulsará los servicios de educación, salud y seguridad públicas, que nacionalizará el gas y promoverá la satisfacción de otras necesidades de las mayorías sociales dentro de la economía de mercado que tenemos, lo que quiere decir que hará que esta economía capitalista sea también social, como dicen las constituciones de 1979 y la actual, para que los ricos dejen de ser más ricos y los pobres dejen de ser más pobres.

La candidata, heredera de una dinastía neoliberal, que llegó en el segundo puesto con el 13.374% y por votos en gran parte populares, representa los intereses del poder empresarial y está, por lo tanto, en el extremo opuesto de aquel hombre.

Entre ellos tendrá que decidir la ciudadanía en la segunda vuelta.

Es la primera vez en el Perú que un candidato del pueblo, trabajador y de raigambre campesina, alcanza la oportunidad de competir para la presidencia de la República. Dos semanas antes, las encuestas, dirigidas, no le daban ninguna opción. En ese momento, en los ambientes politizados de Lima, de la gente de casta blanca donde se decide quiénes deben gobernar, la segunda vuelta habría de disputarse entre alguno de los cuatro candidatos aprobados por ellos o, a lo más, algún populista de centro derecha, como sus suplentes. Les era totalmente inadmisible que un candidato popular, mestizo y con planteamientos muy simples, pero necesarios para el país, hubiera osado competir por el sillón presidencial, que siempre había sido suyo, por filiación o compra. La otra candidatura popular de una dama que, al parecer sólo aportaba su figura y cierto carisma, acompañada por diversos grupos de políticos que sólo contestan el saludo a quien ven algo blanco, como ellos, hizo, en la práctica y sin proponérselo, el papel de señuelo que atrajo los ataques mediáticos y ahora, despechada, le regatea su apoyo y el de su grupo al hombre del sombrero. (“Por sus hechos los conoceréis”).

Es que algo nuevo, ha surgido en nuestro país: de la desorganización política popular y su expresión: la proliferación de grupos y gropúsculos de la llamada izquierda, que viene desde la década del setenta, apuntalando en los hechos la posición dominante del poder empresarial, ha emergido un proyecto de unión y organización, y la esperanza de darles a las mayorías sociales la oportunidad de hacer realidad sus reivindicaciones.

En la segunda vuelta el electorado será el mismo, pero es posible que muchos votantes de los planos populares vean, por fin, que el hombre del sombrero campesino es alguien como ellos, se identifiquen con sus propósitos y le den su voto. Lo que él pueda hacer de su programa, de ser elegido, tendrá que ajustarse a las facultades de administración e iniciativa legislativa que la Constitución confiere al presidente de la República, y dependerá del comportamiento de los 37 representantes al Congreso de su bancada elegidos y de su habilidad y tino para llegar a consensos y asesorarse técnicamente, y lograr la aprobación de las leyes que materialicen sus proyectos. Un presidente de la República desprovisto de apoyo parlamentario y sin carácter es como una nave a la deriva, como le sucede al actual presidente, cuya timidez y conformismo con la especulación con el oxígeno y otros bienes y servicios necesarios para combatir la pandemia y el deficiente manejo de la vacunación, han tenido la virtud de hacer casi desaparecer a su partido del espectro legal.

Para denigrar al hombre del sombrero campesino, el poder empresarial y su arma letal, el poder mediático, se jugarán el todo por el todo, buscándole tres pies al gato, y dispararán sus baterías hacia el campo de los sectores populares manipulado por la alienación. Le dirán de todo, luego de rebuscar su vida, la de su familia y sus compañeros; lo acusarán de terruco, terrorista, agitador, ignorante, y le arrojarán otros epítetos, tratando de descuartizarlo, como a Túpac Amaru.

Contrariamente, presentarán a su oponente, en las páginas de los diarios y en la TV sin límites de espacio, con su impostada sonrisa y declamando las respuestas programadas, con soluciones para todo, suministradas por el sacrosanto neoliberalismo y, claro, silenciando la corrupción, las arbitrariedades y los abusos contra los de abajo, y los procesos penales en su contra o convirtiéndolos en una vil persecución, y glorificando su vida en la década del noventa, cuando su padre reinaba como un shogún y él, su eminente asesor y sus allegados sacaban los dólares del Banco Central de Reserva en valijas que disfrutaba también su familia, y adiós al proceso por las esterilizaciones y otros crímenes contra las mujeres del pueblo, “las cholas” para ellos.

En síntesis, reforzarán la alienación de las mayorías populares, puesto que sin los votos de estas los candidatos del poder empresarial y los aventureros son nada.

Y, a todo esto, ¿vendrá a incorporarse a esta campaña política el marqués del premio Nobel de literatura, como otras veces?

Llevar a la presidencia al hombre del sombrero será toda una proeza. Lo logrará si todos sus simpatizantes antiguos y nuevos se unen en su campaña, si cada uno se vuelve un activista y convence a sus familiares y amigos y, más aún, si se lanzan a los barrios y campos del Perú, desde las capitales a los lugares más alejados, para pedirles a los ciudadanos, a las simples gentes del pueblo que voten por él, y si sus compus y celulares no dejan de funcionar con sus mensajes. Cierto, será una tarea titánica, una faena histórica que podría darle al pueblo peruano el jugoso fruto del triunfo.

Una disyuntiva entre un hombre del pueblo como nosotros y un huevo de serpiente. (1)


[1]  El huevo de la serpiente es el título de una película del gran director sueco Ingmar Bermann, estrenada en 1977, y cuyos actores en los principales papeles fueron David Carradine, estadounidense, y Liv Ullmann, noruega. Está ambientada en Berlín del 3 al 11 de noviembre de 1923. Carradine interpreta a Abel Rosenberg, un judío nacido en Los Ángeles, de familia originaria de Riga, quien se ganaba la vida como trapecista de circos, y Ullmann a Manuela, alemana, artista de cabarets y, por la necesidad, prostituta ocasional. El fondo es la Alemania gobernada por el partido Socialdemócrata, hundida en la más astronómica inflación, con millones de desocupados en las calles y la desesperanza para los que sólo tenían su trabajo para subsistir, mientras la burguesía no cesaba de gastar y llenar los restaurantes más caros, teatros, teatrines y cabarets en los cuales la cerveza y las diversiones fluían sin parar. En este fondo saturado de corrupción hay dos escenas, al parecer adventicias: una en la que un grupo de camisas pardas golpea a dos judíos en el suelo, uno de los cuales logra escapar y se queja a una patrulla policial que no le hace caso y permite que dos camisas pardas lo recuperen y continúen golpeándolo; y otra en la cual un personaje comenta el surgimiento de un movimiento político animado por alguien que para muchos era algo así como un loco y que, sin embargo, organiza un putsch que estalla en una cervecería de Múnich el 8 de noviembre de 1923 y fracasa. Este movimiento financiado por el poder empresarial fue el huevo de la serpiente; diez años después llegaría al poder, y comenzaría a asesinar judíos por millones y a reprimir ferozmente a sus oponentes, y seis años más tarde sumiría a la humanidad en la guerra más mortífera de la historia.


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