Martes, 26 de noviembre 2024 - Diario digital del Perú

Bicentenario terrorismo de estado

Actualizado: 4 junio, 2021

Milcíades Ruiz

Habiéndose utilizado el fantasma del “terrorismo” como arma electoral, reproduzco textualmente, algunos párrafos de mi libro “Trazos para una república equitativa” y de la versión del Gral. Manuel de Mendiburo Bonet, incorporado al ejército de San Martín desde el grado de alférez, llegando a ocupar altos cargos ministeriales en la república. Con conocimiento protagónico, fue un reconocido historiador como lo asevera Basadre, y dio su versión sobre el terrorismo de estado.

Tomado de República Equitativa, pagina 79:

“Es de esperar que lo que vengo diciendo me exponga a muchas iras, pero no me retractaré como los inquisidores lo hicieron con Galileo. Nunca falté a mi conciencia por temor o por oportunismo de no decir la verdad por conveniencia. Creo firmemente que es preciso rescatarla verdad y hacer justicia histórica con la población nativa y mestiza. De no hacerlo, me convierto en cómplice. Después de todo, sólo soy un hilo en un pajar.

Es cierto que en la guerra de esa independencia los peruanos nativos derramaron más sangre que los “españoles criollos” y muchos de estos nunca arriesgaron nada, pero sí se sentaron como “patriotas” a la mesa ya servida. Muchos nativos dieron su vida esperanzados en la eliminación de las atrocidades coloniales. Fueron utilizados ya de mensajeros, ya de guerrilleros, ya de montoneros o como soldados y ganaron muchas batallas contra las fuerzas realistas.”

Los nativos soportaron horribles represalias de exterminio, pues al igual que en los tiempos modernos, las tropas del gobierno arrasaron aldeas enteras acusándolas de complicidad con los subversivos. El sanguinario coronel virreinal José Carratalá ordenó a sus tropas incendiar por completo a Cangallo (Ayacucho) para borrarlo para siempre, pero este pueblo renació de sus cenizas y aún conserva su coraje morochuco.”

Tomado de Manuel de Mendiburu Bonet Diccionario Histórico-Biográfico del Perú.

(…)

“La verdad histórica acusa con más razón a los que pertenecían al partido liberal de España, los cuales recién llegados al Perú tenían más crueldad que sus antecesores y les excedían en orgullosa altivez por que se habían encontrado en algunas batallas con los ejércitos franceses.

Incorporado Carratalá a la división de Ricafort a que pertenecía, se halló en varios encuentros con las guerrillas y paisanaje de algunos pueblos sublevados, desde Huamanga a Jauja. Aquella fuerza ingresó tarde a este valle, y no pudo sostener al brigadier O’Reylli que acababa de ser derrotado en Pasco por el general Arenales en 6 de diciembre de 1820. Como la tropa de Ricafort no fuese suficiente para aniquilar la insurrección de dicha provincia de Jauja tuvo que retirarse a Izcuchaca.

El virrey la Serna mandó de Lima con una división al coronel Valdez, quien reunido a Ricafort batió en Ataura a los insurrectos, dando muerte a millares de indios con indecible furor de venganza. Ambos jefes descendieron a Lima sin demora por la vía de Pasco y Canta, y Carratalá quedó en el Cerro con 4 compañías y alguna caballería para conservar aquel punto y estar a la mira de las provincias del Sur.

(…)

Concentradas las fuerzas en Jauja fue preciso pensar en la pacificación de las provincias situadas al Sur. Los pueblos lejos de aquietarse, habían continuado alterados con la esperanza de que el ejército real sucumbiera en Lima. Viéronlo retirarse con grandes pérdidas y por esto mismo no se desalentaron; así es que llegó a obstruirse la comunicación con el Cuzco (sede provisional del virrey) de tal modo que aun los correos no podían transitar sin escolta que los custodiase.

Carratalá fue el encargado de pacificar el territorio empleando la severidad, y valiéndose de medios aterrorizadores según las instrucciones de Canterac, que ya había hecho quemar diferentes pueblos próximos a las provincias de Jauja y Huarochirí. Al coronel Carratalá no fue repugnante el ejercicio de crueldades de que ya tenía dadas no pocas pruebas. En varios pueblos llenó con facilidad su comisión, pero en los del partido (Provincia) de Vilcashuamán experimentó hostilidades mayores, porque allí el entusiasmo y bravura de los llamados Morochucos lo pusieron en frecuentes apuros.

Ya no sólo hizo uso de las armas sin compadecer a los vencidos, sino que entregó al saqueo y a las llamas el pueblo de Cangallo hasta dejarlo destruido (enero de 1822).

(…) Pero hay otro suceso horrible que precisamente coloca ante la historia el nombre del coronel Carratalá bajo el aspecto más odioso y abominable. Había en Huamanga una mujer llamada María Andrea Vellido, cuyo esposo y un hijo se hallaban entre los guerrilleros que hacían correrías por el territorio circunvecino. Se les persiguió con empeño inútilmente, porque ellos con noticia de las operaciones que se ponían en obra para destruirlos, burlaban y cansaban las tropas destinadas a exterminarlos. Interesaba a Carratalá salvar un convoy de efectos que estaba próximo y podía ser presa de los que, conociendo bien los caminos, los cruzaban velozmente sin ser sorprendidos.

Tal fue la circunstancia en que un denunciante acusó a Andrea Vellido de sostener comunicación con los enemigos. Ella no sabía leer y tenía necesidad de valerse de mano ajena para expedir sus cartas: acaso le sería interceptada alguna, según se dijo. Puesta en prisión se negó a contestar a cuantas preguntas se le hicieron: desechó las promesas de recompensa, y se mantuvo con igual firmeza para no ceder a los halagos lo mismo que a las amenazas de quemarle su casa.

Irritado Carratalá de no encontrar medio para obtener los datos que procuraba, y descubrir la complicidad de otras personas; viendo la obstinada repulsa de aquella incontrastable mujer, dispuso fuese pasada por las armas. Cuando se le intimó la resolución conservó su carácter tranquilo, y con una heroica serenidad marchó al suplicio en que recibió la muerte dejando sus pequeños hijos en la más triste situación.

(…) Que estos hechos atroces fuesen autorizados por Canterac no habrá quien lo extrañe: pero la Serna (El jefe de estado virreinal) a quien elogiaban por filántropo los que le hicieron Virrey, no sólo aprobó esos atentados, sino que en decreto de 11 de enero de 1622 después de llamar criminalísimo e infame al pueblo de Cangallo, mandó que nunca se reedificara para que desapareciese de la memoria de los hombres.”

(Fuente: Manuel de Mendiburu Bonet Diccionario Histórico-Biográfico del Perú (1874-1890). Tomo 2- Carratalá- pag 320.)

Tomado de República Equitativa:

“LOS SANGUINARIOS DE AHORA”

“El método aplicado en Cangallo por Carratalá en 1822 contra los subversivos independentistas, se prosiguió practicando en la denominada democracia representativa republicana. La mañana del 14 de agosto de 1985 los pobladores de la pequeña comunidad de Accomarca (Vilcashuamán, Ayacucho) fueron reunidos a la fuerza por elementos militares que arribaron por diferentes frentes a la quebrada de Huancayoc, y luego de introducirlos en dos casas los asesinaron con disparos de fusil y granadas de guerra. 69 hombres, mujeres y niños fueron eliminados.

El principal incriminado, teniente Telmo Hurtado, dijo ante la Sala Penal que lo juzgó veintiséis años después: “El tiro entraba por el occipital, así era la manera de matar a los subversivos”. (…) “En el operativo de eliminación’ no hubo diferencia entre mujeres y niños, para nosotros todos eran terroristas”. (26 fueron los niños aniquilados).

“Todo el Estado Mayor sabía del asesinato. El general (Wilfredo) Mori Orzo (jefe del Comando Político Militar de Ayacucho) me mandó dos días después (del asesinato) a hacer una “limpieza”, es decir, desaparecer a los testigos (del crimen) para que no se viera comprometida la plana mayor en un escándalo periodístico”.

Confrontado con Juan Rivera rondón, otro de los inculpados, dijo: “Yo soy responsable de la muertede31 personas; tú debes haber matado al resto, tú quemaste sus casas. Los dos participamos en el operativo”(Diario La República 21.09.12)

Hurtado confesó que el G17 era el plan Hualgayoc de ejecución de terroristas y que la matanza fue ordenada por el G2 que era César Martínez Restrepo. La orden de preparar las trincheras para los exterminios fue dada por el jefe militar Nelson Gonzales Feria. (Portal Américanoticias 21 Set 2012)”

Sin otro comentario, es de esperar que la reflexión, nos ayude.


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