¿Cómo terminará EEUU de iniciarse una guerra con China?
Las relaciones entre el gigante asiático y EEUU pueden ser caracterizadas por su inestabilidad, especialmente a medida que aumenta el ritmo de desarrollo de China y esta se transforma en una potencia global, opina Doug Bandow, columnista de The National Interest.
Por un lado, Donald Trump parece tener la intención de seguir con su dura política respecto a China: mejorar las relaciones con Taiwán, empezar una guerra comercial, bloquear las posesiones chinas en el mar de China Meridional y presionar al gigante asiático para «solucionar» el problema de Corea del Norte. Por otro lado, durante la reunión bilateral entre los líderes de ambo países, el mandatario estadounidense llevó a cabo unas negociaciones muy amables con el presidente chino Xi Jinping, señala el periodista. «De repente, todo se hizo dulce y ligero en Trumplandia», añade.
Sin embargo, a largo plazo, las agradables palabras del presidente, respaldadas por una oferta de concesiones comerciales no especificadas, no aportarán mucho a las relaciones entre un poder decidido a preservar su dominio y un poder creciente igualmente decidido a afirmarse, observa el autor.
El columnista explica que mientras que los estadounidenses tienden a verse como una ‘virgen vestal’, que trata de hacer el bien en un mundo malo, los ciudadanos de otras naciones los ven de una manera más crítica. Para muchos, Washington «promueve sus intereses y se niega a aplicar a sí mismo las normas que pretende imponer a los demás».
Por su parte, los funcionarios de Washington deberían reconsiderar su enfoque hacia China, sugiere Bandow.
«Una confrontación militar sería un juego perdedor. Ninguna victoria sería permanente. El éxito de EEUU impulsaría a China a reconstruir y ampliar sus fuerzas armadas para una revancha», pronostica.
Washington debe priorizar sus objetivos con respecto a Pekín, según el autor. EEUU quiere que China se ‘democratice’, ‘respete los derechos humanos’, reduzca las barreras comerciales y de inversión, termine los ciberataques, presione a Corea del Norte, sancione a otros regímenes parias, abandone las reivindicaciones territoriales y acepte la hegemonía permanente de EEUU, enumera el periodista.
«Ningún Estado serio, ni mucho menos una creciente potencia aceptaría estas condiciones. Los funcionarios estadounidenses deben decidir qué es lo que más desean y cuánto están dispuestos a pagar», señala.
Según Bandow, Washington también debería reconsiderar sus enfoques respecto a lo que vale la pena defender. El autor se refiere a la posición de EEUU en relación con la disputa territorial en el mar del Sur de China.
«Los funcionarios estadounidenses necesitan separar los objetivos de defender a EEUU y contener a China», sugiere.
El autor se pregunta cuánto están dispuestos a gastar los estadounidenses para asegurarse de que Washington pueda oponerse a la influencia china a lo largo de las fronteras del gigante asiático. «La pregunta es si una república liberal altamente endeudada puede permitirse seguir haciéndolo, especialmente cuando esa responsabilidad recae más bien sobre otras naciones de la región».
Bandow opina que es posible que China no sea un aliado de EEUU, pero no hay razón para que sea un enemigo. Sin embargo, intentar dominar y contener a China corre el riesgo de convertirlo en un adversario enojado y bien armado. En cambio, Washington debe prepararse para compartir el liderazgo global, subraya.
«Es mucho mejor rendirse sabiamente para forjar el futuro, que ser forzado a conceder aún más, bajo presión», concluye el experto.