Los Genios: el puñete de Jaime Bayly al ego de Vargas Llosa
Con su última novela, «Los genios», Jaime Bayly acaba de matar, al menos, otra docena de amistades. No se puede andar ventilando, digamos, fotografías feas, de Vargas Llosa, García Márquez, Fidel Castro, Juan Velazco Alvarado, Camucha Negrete, Isabel Preysler y otras celebridades sin patearle el hígado a nadie.
Las personas famosas están acostumbradas a posar para la cámara, a mostrar la mejor sonrisa, lucir el mejor traje, aclarar sus ojos con colirio, teñirse el pelo, ocultar las canas o realzar los labios hasta convertirlos en los frutos más dulces.
Con la misma intención pulen el timbre de su voz, procuran lanzar frases memorables en las entrevistas, muestran al exterior sus méritos, cuentan y adornan los momentos más brillantes de su vida y los periodistas, fotógrafos, bibliógrafos así como algunos literatos, suelen quedarse esos fragmentos de su existencia.
También quedan en la memoria, los momentos trágicos, los suicidios, los accidentes mortales, las confesiones sobre enfermedades o el dolor de un pariente perdido
El fotógrafo inoportuno
Bayly es una suerte de fotógrafo que capta los momentos opuestos. Cuando un moco se asoma, las lagañas se desbordan, uno se rasca el trasero o cierra un ojo para evitar el flash; la peor mueca, esa que se forma en el excesivo dolor o placer, es el momento en el que, el viejo terrible, aprieta el botón del obturador.
García Márquez dejando dormir a su esposa con Pablo Neruda, Vargas Llosa padeciendo hemorroides o, la alguna vez joven y deseada, Camucha Negrete mostrando sus pechos caídos por su condición de madre lactante: son los cuadros que pinta Bayly.
César Hildebrandt calificó a Jaime como autodestructivo y suicida. Ni los enemigos de Vargas Llosa pueden leer el libro sin exclamar mentalmente: » ¡Jaime, no te pases!», expresó, en palabras más elegantes, el menudo periodista.
Si la vida se divide en lo bueno, lo malo y lo feo; Bayly es el literato de lo feo y lo cuenta de la única manera digerible: el humor. No es posible contar de modo agradable que un perro le arrancó a un testículo a un adolescente sin darle el tono de una comedia. (cruel, pero comedia al fin).
Jaime Bayly aseguró que cada hecho narrado intenta recrear fielmente la realidad aunque reconoció que hay ciertos condimentos, como el que evidentemente se aplicó en la dura experiencia de Álvaro Vargas Llosa con un can.
Viejos trucos
La novela empieza con la promesa de revelar toda la verdad sobre el puñete de Vargas Llosa a García Márquez.
En realidad muchos autores y periodistas llegaron al fondo hace décadas y lo único que mantiene el misterio es la negativa de Mario y Gabriel a confirmar versión alguna. Se han escrito decenas de artículos sobre el asunto y este no será uno más.
» ¿Se «tiró» Gabriel a la esposa de Mario?» es la pregunta de fondo, la que invita al chisme y despierta el morbo. Adelantar la respuesta en este texto sería, seguramente, estropearle el libro a alguien. Mejor pasar de largo.
Un «trapito», para muestra
Sin embargo sí se pueden repasar algunos pasajes como quien muestra el menú en una engrasada cartilla.
Lo más doloroso para los amigos de Mario serán las líneas sobre su rechazo a los hijos, expresada en sus palabras a Patricia, su prima y esposa:
» –¡Tú sabes perfectamente que yo nunca quise ser padre! ¡Te hice madre porque me lo pedías, me lo implorabas! ¡Pues ahora ya eres madre, hazte cargo de tus hijos, y déjame ser libre y perseguir mi destino de escritor!».
Claro que nadie, salvo Mario y Patricia saben lo que realmente se dijo en esa discusión pero las circunstancias delineadas por el autor, transforman en real este fragmento de la ficción.
Los «cameos» literarios
Definen el Cameo como « la aparición breve o fugaz de alguna celebridad, actor, actriz o personaje de relevancia dentro de alguna película, casi siempre interpretándose a sí mismo o algún personaje sin nombre».
Bayly recurre al «cameo literario» y, al igual que en el cine, utiliza a personas notables como accesorios para su relato.
Joaquín Sabina aparece en la mesa de Gabriel y su esposa Mercedes; Isabel Preysler también «actúa» en un hotel, mucho antes de su relación con Vargas Llosa. Julio Ramón Ribeyro, Julio Cortázar, Pablo Neruda y otros también participan.
Jaime Bayly pinta a Fidel Castro como el miserable que es capaz de empujar a un hombre que no sabe nadar solo para ganar su favor al rescatarlo.
Juan Velasco Alvarado aparece como un ególatra que le dio un funeral a su pierna con los honores propios de un jefe de estado.
Contra la buena imagen
Tres frases resumen la moralidad de la Lima conservadora: » La procesión se lleva por dentro», «Los trapitos sucios se lavan en casa», » Dios perdona el pecado pero no el escándalo».
En ese ámbito, si un padre viola a su hija, lo mejor es callar; el trapo se lava en casa. El homosexual carga sobre su identidad sexual la «honra» de su familia y lo peor que puede hacer es mostrarse como tal. Dios no perdona el escándalo.
Bayly es el tipo que estrella su cabeza contra ese muro de secretismo e hipocresía. Sus continuas infidencias, sus actos bochornosos como el besarse con un hombre en una conferencia de prensa, sus novelas plagadas de alusiones y secretos de personas conocidas en el Perú, son evidencia de su obsesión.
Si su vida gira alrededor de algo, es ese odio inmenso por la «buena imagen» y el honor falso que es altamente valorado en esa Lima como en tantas otras ciudades que cobijan en su seno a una élite cargada de silencios y apariencias.
¡Qué mejor que destrozar a sus símbolos, a sus héroes! ¡Qué mejor que mostrar a Vargas Llosa con las nalgas al aire! Y siempre con mucho respeto, el respeto según Bayly, por supuesto.