Sábado, 23 de noviembre 2024 - Diario digital del Perú

Los remotos orígenes de los aimaras (aymaras)

Actualizado: 28 febrero, 2023

Guillermo Vásquez Cuentas

Los remotos orígenes de los aimaras

El Poblamiento de América. Este tema es sin duda subyugante para los in­teresados en conocer el pasado de las culturas que se forjaron en el continente. Y la pregunta inicial clave es ¿cómo llegaron los seres humanos a esta parte del plane­ta? ¿Cómo llegaron al Perú? Y, desde nuestro interés, aún más concretamente: ¿cuáles son los orígenes de los antiguos Collas, hoy conocidos como Aimaras?

Sabido es que la historiografía continental y especialmente en la peruana, está llena de publi­caciones que contienen re­sultados de investigaciones, teorías y posiciones de todos aquellos que han dedicado parte de sus vidas a dilucidar las interrogantes antes planteadas.

1. Teorías inmigracionistas

Así, sobre el poblamiento del continente americano y en particular de América del Sur (ya desechada la po­sición autoctonista por carecer de suficientes bases científicas), existen muchas posiciones especulativas que van desde la llegada de fenicios, egipcios, chinos, ja­poneses, vikingos etc.

Sin embargo, en el campo históri­co-cultural de la ciencia, prevale­cen teorías inmigracionistas que se han fundido en tres vertientes, todas ellas datadas en el post di­luvio universal.

Parece haber consenso en que las tres rutas de inmigración fue­ron efectivas en diversas épocas.

a. La teoría asiática

(Levantada por Alex Hrdlicka, Pe­dro Bosh Gimpera y otros) postu­la que la inmigración se produjo por el estrecho de Behering, tal vez hace 60 mil años o menos (los tratadistas difieren enorme­mente en esta data) en sucesivas oleadas, siguiendo a los animales que los precedieron. Es posible que el paso desde Asia se produ­jo en los tramos finales de la úl­tima glaciación (Winscosing) sea cuando las aguas del estrecho se helaron o ya sea en pequeñas embarcaciones recorriendo las is­las Aleutinas.

El sustento argumental de la teo­ría asiática goza de difusión intensiva y es aceptada ahora casi sin mayor discusión, en todo el mundo.

b. La Teoría Polinésica y Mela­nésica

(Paul Rivet y otros). La inmigra­ción se produjo desde Polinesia y Melanesia en embarcaciones pequeñas. Hay gran cantidad de señales que avalan esta posición partiendo de los rasgos físicos, objetos culturales y ciertas simili­tudes lingüísticas.

Esta teoría oceánica ha merecido abundantes probanzas en calidad y cantidad, de forma que queda pocas dudas sobre su verosimilitud.

Sobre la teoría oceánica dijimos en otro trabajo que “alguna inmigración llegó a las costas del ac­tual Lambayeque como se infiere de la leyenda de Naylamp. Otras llegaron al actual Chile, tal vez utilizando las islas Marquesas, ­Juan Fernández y Rapa Nui o Isla de Pascua, recalando en las regiones actualmente chilenas de Coquimbo y Atacama a las que poblaron y en las que se desarrollaron culturalmente durante tiem­po prolongado”

c. La Teoría Australiana

(Tiene como su más esclarecido representante al antropólogo portugués Antonio Méndez Correa, principalmente) Sostiene en síntesis que la gen­te llegó por mar desde Australia hasta el extremo sur del continen­te americano, aprovechando una distancia relativamente corta si se considera las proximidades físi­cas de la Antártida con Aus­tralia y con Sudamérica.

Méndez Correa sostiene que “América fue poblada por una corriente migrato­ria proveniente de Australia y que entró al continente por la parte más austral del continente americano (Tierra del Fuego)”. Las conclusiones del delineado de esta ruta tienen asien­to en similitudes físicas y semejanzas lingüísticas y culturales halladas entre pobladores americanos y australianos.

“Esta corriente migratoria – según Méndez- pudo ha­berse concretado provechando unas condiciones climáticas fa­vorables conocidas como “optimus climaticum” (óptimo climático). La ruta factible seguida por los indí­genas migrantes pudo haber bor­deado la Antártida pasando por las islas Tasmania, Auckland y Campbell, hasta el mar de Hoces. Habrían atravesado en pequeñas balsas el pasaje de Drake (punto de se­paración entre América del Sur y el bloque antártico), hasta llegar a Tierra del fuego y Patagonia.

Los fundamentos de la teoría australiana son de carácter geo­gráfico, antroposomático, lingüístico, cultural-etnológico, que no es posible presentar en espacio tan reducido de esta nota.

Se tiene noticia de que, a contra­pelo de las críticas a esta teoría porque se alzaría sobre bases científicas aun no suficientemente validadas, sobre todo por la insu­ficiencia de mayores hallazgos arqueológicos, la University of New South Wales (UNSW) de Sidney y la Universidad de Tarapacá en Chile, coordinan estrechamente acciones de investigación so­bre la teoría australiana. Uno de los frutos de esa coopera­ción son conclusiones prelimi­nares obtenidas mediante la contrastación del ADN de los cientos de restos esqueléticos encontrados en la Patagonia y de restos aborígenes austra­lianos, permitiendo inferir que las primeras inmigraciones al extremo sur de Sudamérica, tienen origen muy probable en Australia.

Una vez asentados en tierras suramericanas, l”os inmigran­tes australianos habrían creado, entre otros, milenarios grupos étnicos de Onas, Alacalufes y Tehuelches en la Patagonia”, así como a Mapuches y Ataca­meños. Estos últimos, antecesores de los Co­llas, en la costa del Pacifico sur, agregaríamos nosotros.

2. Desde Coquimbo y Atacama hasta la gran meseta

Sea por la ruta oceánica o por la australiana o por ambas (lo cual es más probable) gentes venidas de esos lugares poblaron, entre otras, considerables áreas de la geografía de las actuales regio­nes de Coquimbo y Tarapacá en Chile de hoy.

Según José de la Riva Agüero -gran historiador peruano apoya­do en considerable historiografía de los llamados Cronistas de la Historia-, “las regiones de Tara­pacá, del antiguo litoral boliviano y de Atacama, hoy tan desoladas y áridas, no debieron serlo hace muchos siglos. Pueden descu­brirse en ellas vestigios de ex­tensa vegetación milenaria, ríos desecados, como el que existía junto a Copiapó, y hasta restos de bosques, como dicen haberse hallado en las cercanías de Cala­ma y de Huantajaya. Todavía en la época de los Espa­ñoles, Copiapó recibía el nombre de “San Francisco de la Selva”.

Los remotos orígenes de los aimaras

Múltiples trabajos arqueológi­cos y estudios realizados por la Universidad de Tarapacá y de la Universidad Católica, ambas chilenas, han confirmado la antigua realidad ecológico-natural.

En épocas posteriores sobrevino un lento proceso de desecación del gran bosque húmedo, que convirtió a ese vergel en uno de los más grandes desiertos del continente; ello debido principal­mente a la cesación progresiva de las filtraciones que provenían de la cuenca del Titicaca; esto, según muchos profesionales en­tendidos en la materia.

Ante la nueva y aguda situación emergente, los pobladores de ese extenso territorio se vieron obligados a buscar en su entorno geográfico nuevas tierras, optan­do por la más cercana: La mese­ta del Collao, en donde la cultura Tiahuanaquense a la sazón en decadencia, mantenía aún la por­tentosa arquitectura de sus principales edificios.

La obligada continuación del pro­ceso histórico se patentizó cuan­do la gran meseta, actualmente nominada como “del Collao” y Tiahuanaco sufren una gran invasión que sube des­de la costa, aniquila o ahuyenta a sus antiguos dueños que se­gún Riva Agüero, eran quechuas, pero que las investigaciones contemporáneas han establecido que fueron Puquinas.

Reafirma ese historiador quela destrucción de Tiahuanaco se debió a las hordas aimaraes de Cari, procedentes del lado de Coquimbo, afirmación soste­nida por varios cronistas, entre ellos el Cieza de León el creíble “príncipe de los cronistas”, así como validada por documentos coloniales, tales como la famosa “Visita” de Diez de San Miguel.

Debe tenerse en cuenta que la tierra fría del Collao era, no obs­tante el áspero clima, objeto de la ambición de atacameños o collas por ocuparla violentamen­te. Así lo hicieron, pues consta­taron que la nueva tierra ofrecía posibilidades ciertas para la sa­tisfacción de sus necesidades vitales de supervivencia. Una vez asentados los grupos huma­nos venidos desde Coquimbo, pasando por Ataca­ma, aprovecharon el desarrollo incipiente de la región, asumiendo, impulsan­do y mejorando las actividades de domesticación de plantas y animales que generosamente ofrecía el medio altiplánico.

Formulamos votos fervientes para que los actuales estudios en el país vecino se incrementen y arrojen conclusiones científicas que validen o recusen la hipótesis provisional de que el largo reco­rrido de los actuales collas llama­dos aimaras, empezó en Australia y/o en Oceanía, llegó a Coquimbo y luego a Atacama, y finalmente saltaron a la meseta del Collao, su principal hábitat actual.


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