Tempestad social
Opinar sobre la sangrienta tormenta social que hemos tenido días atrás, quizá valga la pena. La discrepancia enriquece el raciocinio. Dos decenas de hijos del pueblo han perecido vanamente en esta explosión social, tras el anuncio del golpe de estado totalitario que, pretendió dar el ex presidente Castillo, “matando varios pájaros de un solo tiro”.
¿Con qué propósito lo hizo? Conociendo los antecedentes y su conducta, se presume que el móvil era evitar a toda costa su inminente destino final, la cárcel. El pánico lo llevó a querer desaparecer las sombras de su atardecer: Parlamento, Tribunal Constitucional, Poder judicial, Ministerio público, Junta Nacional de Justicia. Me asaltó una preocupación: ¿Que podría pasar con los izquierdistas, en tal régimen totalitario, con un “Rasputín” Torres, admirador de Hitler?
Al 7 de diciembre pasado, habíamos llegado a un punto álgido, de vida o muerte, para el Poder Legislativo y Poder Ejecutivo. El primero insistía en la vacancia y el segundo, en la cuestión de confianza provocada artificialmente. Al fallar esta jugada, no había disyuntiva, solo quedaba la opción de quién mata primero. El golpe al vacío sería fatal.
La población estaba harta de ambos contrincantes y, prefería que se vayan todos, adelantando elecciones. Pero, ellos estaban allí legítimamente, porque nosotros lo habíamos puesto electoralmente. ¿Ellos tienen la culpa de haber sido elegidos? Los dos, eran productos de una misma fabricación en la que todos los electores hemos participado.
Pienso y digo: Si la comida que preparamos nos sale horrible, ¿Deberíamos echarle la culpa al plato servido? Vaya pues. Pero, no es la primera vez que esto, nos sucede. Pese a ello, no hay correcciones a las fallas. Fujimori al año cuatro meses de gobierno disolvió el Parlamento, cuando la izquierda tenía más de treinta parlamentarios. Toda la izquierda condenó el autogolpe del 5 de abril de 1992.
Por el contrario, en el 2019, cuando el enfrentamiento entre el Ejecutivo y el Legislativo llegó a su clímax, el presidente Vizcarra, disolvió el Congreso, con el apoyo de la izquierda parlamentaria (Nuevo Perú y Frente Amplio) que, por ello, perdieron sus escaños. Se pensó como ahora que, con un nuevo Congreso se acabarían los enfrentamientos.
Sin embargo, elegido este, en el 2020, nuevamente hubo el enfrentamiento de poderes. Pero esta vez fue el Congreso el que decretó la vacancia del Presidente Vizcarra, por corrupción. Pero, ¡Oh coincidencia! Tras la vacancia de Vizcarra sobrevino una explosión social juvenil, con un saldo de dos muertes (Inti Sotelo y Brian Pintado).
No era por apoyo a Vizcarra, ni por un objetivo ideológico. Era la ira descontrolada, por lo que estaba pasando en las alturas del poder. La protesta social generada a través de las redes sociales, cobró alta convocatoria nacional, pero sin obediencia a un plan político organizado. Los buitres políticos se colaron a la protesta, como ahora lo han hecho los partidarios de Castillo arremetiendo contra la fiscalía.
A diferencia de las tormentas naturales, que ocurren por desequilibrios atmosféricos; las tempestades sociales suelen suceder por los contrastes en la temperatura política. La tormenta social estalla cuando la ira supera la paciencia. Las reacciones se descontrolan y se tornan violentas como reflejo de frustración e impotencia frente al poder. Pasada la tempestad todo queda como antes.
En esa ocasión, como ahora, se le echó la culpa al presidente transitorio, hubo renuncias de ministros, investigación fiscal y parlamentaria, los medios explotando el suceso y muchos “rasgándose las vestiduras”, pero todo va quedando en nada. No obstante, tanto en el 2020 como ahora, hay tres señales a tener en cuenta: La alta sensibilidad juvenil, el uso de las redes tecnológicas y el repudio a la podredumbre política.
En tanto, el comportamiento político de la izquierda parlamentaria actual, ha sido deshonrosa. Algunos apoyaron la vacancia de Castillo y, mayoritariamente se opusieron a las elecciones anticipadas, sabiendo que es una demanda mayoritaria, poniendo de manifiesto su incapacidad moral permanente.
Pero en general, el enfoque de la izquierda, suele ver únicamente la parte política, omitiendo lo delincuencial, como factor efervescente de la explosión. El asunto es que, estas tormentas sociales probablemente vuelvan a ocurrir, mientras no se eliminen las causas que las generan. La cuestión de confianza es una deformación de la democracia, pero no es la única.
Belaunde también tuvo enfrentamiento con el Congreso, dominado por la alianza contra natura apro-odriísta y terminó depuesto tras la explosión social. Mucho más antes, el presidente Billinghurst (1912-1914) quiso disolver el Congreso, dominado por “civilistas y leguiístas”, con el cual estaba enfrentado, a fin de poner en marcha reformas constitucionales para cumplir promesas electorales (derecho de huelga, sindicalización, jornada de 8 horas).
Fue entonces que los conservadores de la oposición acordaron vacarlo por incapacidad moral, pidiendo el apoyo militar. El presidente respondió reprimiendo a la oposición, bloqueando el golpismo y promoviendo milicias populares. Sobrevino el golpe militar del coronel Óscar R. Benavides en defensa del “orden constitucional” que apagó el incendio. Billinghurst, terminó depuesto y deportado.
Este efecto político es pues, recurrente, porque hay una constante. Pero, calmadas las aguas, ¿Cómo queda nuestra opción política en la correlación de fuerzas? ¿Qué nos hace pensar que, con una pequeña presencia parlamentaria, en el Congreso y Asamblea constituyente, podremos lograr una Constitución acorde con nuestros ideales?
La degeneración de la democracia viene desde los orígenes de la república, con la segregación total, de los dueños originarios del territorio nacional, impedidos de estar representados políticamente. No puede haber democracia basada en la segregación. También, desde entonces, proviene la “Independencia y separación de poderes” políticos, que tanto daño a hecho al país.
De allí, la necesidad de luchar por el cambio del sistema político, poniendo énfasis en la condición de representatividad. Si logramos que los sectores mayoritarios, populares y nativos estén representados equitativamente en los poderes del Estado, tendríamos mejores opciones democráticas. Pero, cualquiera sea la opción que asumamos, no será fácil. Hay que trabajar propuestas sustentables que el pueblo las asuma como suyas.