Domingo, 24 de noviembre 2024 - Diario digital del Perú

Las funciones de la universidad

Actualizado: 28 noviembre, 2021

Jorge Rendón Vásquez

La universidad se ha convertido en una institución esencial de la sociedad, a tal punto que esta sería impensable sin ella. La causa: la universidad es la memoria de la sociedad y de sus conocimientos y el centro de formación de los cuadros que dirigen y controlan el funcionamiento de la estructura económica y las supeestructuras política, jurídica y cultural.

Las funciones de la universidad son fundamentalmente tres: 1) la formación de esos cuadros o profesionales; 2) la generación de la nueva clase profesional; y 3) la promoción social.

La primera de ellas, reconocida por la ley, es la más importante, como se acaba de ver. Las otras se derivan de aquella y son, más bien, sociológicas. En cuanto a la segunda, si bien la casi totalidad de los profesionales universitarios prestan sus servicios laborales en relación de dependencia y por una remuneración, como sucede con los obreros y empleados, sus elevadas funciones en los aparatos productivo y estatal los separan de estos como un grupo diferenciado con los caracteres de una nueva clase social, distinta también de la pequeña burguesía cuya característica es la tenencia de un capital invertido en pequeñas  empresas y la explotación de fuerza de trabajo asalariada. La promoción social es la elevación en la escala de las clases sociales. Como solo con los miembros de sus familias la clase capitalista no podría proveer el número de estudiantes universitarios requeridos para cubrir su necesidad de profesionales ha debido permitir que accedan a la universidad estudiantes originarios de otras clases sociales, en un primer momento de la pequeña burguesía y luego de las clases trabajadoras. Este ascenso han cambiando la composición de la burocracia estatal, devenida tecnoburocracia, y le ha transferido gran parte del poder de mandar en la sociedad.

Las funciones indicadas de la universidad se han definido y universalizado desde mediados del siglo XIX a consecuencia del desarrollo de la civilización industrial y del capitalismo. Las empresas no solo requirieron obreros para el manejo inmediato de los medios de producción y cierto número de empleados para el apoyo en las tareas de oficina. Necesitaron también cuadros técnicos para planear, dirigir y controlar la producción y circulación de las mercancías, cuadros que no podían formarse ya en el trabajo, como había acontecido con los operarios y maestros de los talleres artesanales en las edades media y moderna. A esta necesidad se asoció la exigencia del aparato estatal de contar con un personal jerárquico con conocimientos especializados para el suministro de servicios públicos cada vez más diversos y generalizados. En uno y otro ámbito, esos cuadros tenían que formarse en centros de alta especialización que el capitalismo concentró en las universidades.

Fue normal que así sucediera. En la contradicción entre relaciones de producción —la estructura capitalista— y los medios de producción, el elemento más dinámico son estos medios, y más concretamente los instrumentos de producción. Este dinamismo, que es su manera de evolucionar, perfeccionarse y dar lugar a nuevos instrumentos y procedimientos, obedece casi totalmente a la formación e investigación por las universidades y al trabajo de los egresados de estas como un proceso inmanente a la evolución de la estructura económica y las superestructuras.

El origen de la universidad va, sin embargo, más allá de la Revolución Industrial de la segunda mitad del siglo XVIII. Se remonta a la Academia creada en Atenas por Platón (427 a 327 a.C.) para la enseñanza de su filosofía. Luego de la muerte de este, su discípulo Aristóteles (384 a 322 a.C.) fundó, también en Atenas, el Liceo al que le atribuyó la función de difundir los conocimientos científicos y culturales de su tiempo que él compilaba y sistematizaba. El Liceo llegó a tener unos 2000 alumnos. La Roma de la Antigüedad no aportó algo que se igualase al Liceo. Y después vino la larga noche medioeval, dominada por la dogmática acientífica de la Iglesia Cristiana que hacia el año 1,000 solo pudo ofrecer las escuelas catedralicias para la enseñanza del Trivium y el Cuadrivium. Apartándose del imperialismo cultural religioso, el jurista y monje Irnerio fundó en la ciudad de Bolonia, en 1088, la primera universidad y la dedicó a la enseñanza del derecho sobre la base de la recuperación del Corpus Iuris Civilis que había sido compilado por disposición del emperador Justianiano (527 a 565). Los trabajos de Irnerio y los juristas que lo acompañaron como profesores se plasmaron en glosas anotadas en los márgenes de los pergaminos que contenían las reglas jurídicas romanas, razón por la cual se les llamó los glosadores. Esta universidad fue denominada mucho después Universitá degli studi di Bologna y es una de las más importantes de Europa.[1]

A semejanza de la de Bolonia, a mediados del siglo XIII, fueron creadas las universidades de Paris, Oxford y Salamanca, principalmente para la enseñanza de la Teología y el Derecho. Siguieron otras. En América la primera universidad, fue la de San Marcos, fundada el 12 de mayo de 1551. En 1810 fue creada la Universidad de Berlín, denominada desde 1949 Universidad de Humboldt en honor al gran naturalista e ideólogo del progreso de las ciencias y la libertad, Alexander von Humboldt.

Por las necesidades del capitalismo y el desarrollo de las ciencias, muchas universidades europeas y de Estados Unidos tuvieron adaptar sus enseñanzas con rigor, precisión y disciplina para formar los enseñantes y los profesionales requeridos y, al mismo tiempo, se empeñaron en la investigación. A comienzos del siglo XX, los países capitalistas con mayor desarrollo competían también en formación profesional universitaria basada en un nivel de conocimientos de los profesores cada vez más elevado y en la exigencia y severidad de los estudios. Este proceso se repitió en otros ámbitos. En Japón, para impulsar el desarrollo del capitalismo, tras la revolución Meiji, en la segunda mitad  del siglo XIX, el Estado tuvo que enviar a decenas de miles de sus estudiantes a formarse profesionalmente en las universidades europeas. Algo similar sucedió en China luego de las transformaciones impulsadas por Deng Xiaoping, a fines de la década del setenta del siglo pasado: una de las cuatro transformaciones fue la de la educación y, en particular la de la universidad, y para llevarla a cabo se colocó en las universidades norteamericanas y europeas a miles de estudiantes. Sin la participación de los profesionales formados tan estrictamente no se podría explicar el enorme crecimiento económico de Japón y China.

A medida que el siglo XX avanzaba, la brecha entre el nivel de las universidades europeas, norteamericanas y japonesas y las universidades de los países menos desarrollados se fue haciendo abismal.

En los países de América Latina, herederos de una economía feudal, la universidad se fue quedando con el espíritu discriminatorio de los tiempos de la dominación hispánica y portuguesa: los indios, mestizos y otras gentes de color no podían ingresar a ella, y vivió sumergida en el atraso y lenidad correlativos con un incipiente desarrollo capitalista. La Reforma Universitaria de Córdoba, de 1918, expresó la reacción de los estudiantes procedentes de la burguesía y la pequeña burguesía contra este modelo de universidad. Las pocas universidades de América Latina que figuran en el ranking mundial en niveles aceptables tuvieron que formar a sus profesores en universidades de los países económica y culturalmente más desarrollados y adoptar los métodos de estas. Tales son los casos de la Universidad Nacional Autónoma de México, de la Universidad de Buenos Aires, de las universidades Federal de Río de Janeiro y Estadual de Campinas de Brasil, y algunas otras.

Es evidente que en el Perú muy pocos han reparado en las causas del atraso de las universidades aquí y, más aún, se podría decir que a la mayoría no le importa. Para la mayor parte de sus profesores, su trabajo se rige por una autonomía personal hecha dogma que les permite enseñar lo que quieran y como quieran, sin textos de estudio propios o de otros y con bibliotecas famélicas o inexistentes. Para los alumnos el interés que domina la conducta de muchos, sacralizada como reivindicaciones, es la posibilidad de aprobar las asignaturas de la manera más fácil y sin esfuerzo, deslizándose como por un tobogán hacia el cartón profesional. Para los dueños de universidades privadas, el interés es la obtención de ganancias fáciles, rápidas y exoneradas de impuestos. Y todos estos componentes conviven armónicamente.

Los legisladores de derecha, centro e izquierda parecen estar de acuerdo en la pervivencia de este modo de ser de las universidades peruanas, lo que es del todo normal, puesto que el alma mater de la mayor parte de ellos es alguna de esas universidades. Los demás, que no pasaron por ellas, ni sospechan que ese modus vivendi y operandi es como una pesada ancla para nuestro país.


[1] El autor tiene el honor de ser el primer profesor de Derecho del Trabajo de América Latina invitado a dar conferencias en esta Universidad, en 1992 y 1999.


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