Las machitas en la danza de los caporales [Opinión]
En la evolución del ser humano, descrita desde la historia, siempre se ha destacado al hombre como protagonista, la mujer en cambio, ha sido postergada o situada en roles secundarios, subyugada a escenarios que serán de justificación para su futura construcción como «sexo débil» y objeto meramente sexualizado.
El Poder asignado al hombre, se sustenta equívocamente en capacidades físicas y superioridad intelectual; la historia cuenta que desde tiempos líticos personajes como: los cazadores, el líder de la tribu, el brujo, el chamán, los jefes militares, etc., destacaron sobre las mujeres. Estos hombres se han situado en la cúspide de la pirámide de mando, teniendo el Poder a lo largo de la historia y no variando mucho en la modernidad.
Su protagonismo a postergado la importancia y contribución del género femenino en la construcción de la historia, podríamos mencionar un sin fin de ejemplos que colocan al hombre en el centro del mundo, aquel mundo estructurado y escrito desde una perspectiva que ejerce hegemonía sobre la mujer.
El propósito de querer hacer invisible el rol de las mujeres y su gran labor y aporte a la historia siempre ha sido premisa fundamental para los grupos de poder liderados por hombres. Sin embargo no puede ser esta condición un ejercicio eterno; el tiempo y el orden natural, se imponen tarde o temprano, expresándose mediante el arte y las manifestaciones culturales.
Pero, ¿será cierto que en el mundo antiguo, primó la condición del macho sobre la hembra?
En la falacia de los sustentos, siempre se ha dicho que uno de los factores que se evidencian en culturas antiguas, es la asignada al macho, aquel que tiene el papel de mantener la especie en el mundo y dominar las tierras donde vive, para eso tiene que hacer ejercicio de factores políticos que aseguren ese dominio; Se considera su superioridad en sus características físicas, aquellas que le permiten cazar, combatir, construir, etc.
Estas diferencias físicas, entre lo masculino y lo femenino, han determinado y afianzado los contextos de género, normando a lo largo de la historia los elementos de subordinación entre ellos; creando mecanismos que determinan la imposición de lo masculino sobre lo femenino, asignando «Poder» al hombre como ser viril, físicamente superior y con capacidad de procrear, cualidades que están culturalmente naturalizadas en nuestros días.
Desde épocas pre-hispánicas, la importancia a la pacha mama – ser femenino- se vuelve el eje fundamental de las culturas pre hispánicas; las prácticas rituales a la madre tierra determinaban el sustento y supervivencia de los hombres, en el mundo andino; Sin embargo, también había cultos y rituales a lo masculino, específicamente al falo masculino, fecundador de lo femenino. Estos rituales se han entrelazado en un pacto de dualidad andina, una armonía en la que el hombre, hasta nuestros tiempos, vive de la tierra y la tierra provee al hombre el alimento para que este pueda coexistir.
Una muestra de esa armonía, son las actividades de siembra, aquellas que siempre son acompañadas con música interpretada con instrumentos que representan al falo masculino, tales como el pincullo, pinquillo, toqoro, chaccallo, etc. Estas prácticas culturales vinculadas a la virilidad del hombre, se consignan a sus cualidades reproductivas, como poseedor de la capacidad de engendrar y propiciar la vida, pero más importante es quien convierte la semilla en sustento, quien le da realmente la vida a la semilla en sus entrañas; no obstante es la tierra quien transforma la semilla en producto, por esta razón es que su estado grávido es motivo de fiesta y regocijo para los hombres del mundo andino.
Existen danzas que actualmente son un rezago de prácticas rituales vinculadas a la madre tierra, desde luego su vínculo con la fecundación a la tierra es evidente e importante para la dualidad en el que se manejan los pueblos originarios. En nuestras culturas pasadas la importancia de lo femenino era de destacar, se ubicaba en un plano superior en comparación al mundo moderno. El hombre no solo ofrendaba y cuidaba a un ser femenino (pacha mama), sino que era respetuoso de sus designios y siempre atento a su comportamiento.
En el mundo moderno se evidencian otros conceptos, en los cuales el hombre asume un protagonismo absoluto, dejando el aporte de la mujer siempre detrás, las grandes sociedades y grupos de Poder, han idealizado el aporte del hombre, a tal extremo, que se ha logrado la naturalización de este concepto «machista» en las mismas mujeres, sin duda constituye un resultado exitoso de la subordinación de estas.
Pues bien, este concepto de Androcentrismo en expresiones danzarias, se reflejan en una de las expresión más populares en Puno, nada más y nada menos que en la danza de los Caporales. La hegemonía, del hombre sobre la mujer, hace referencia evidente de la «cosificación femenina» existentes en el contexto y estructura de la expresión misma.
En el contexto de la expresión de los caporales, es el Caporal quien domina y subordina en todo momento a la mujer, haciendo ejercicio de su «virilidad», la misma que solo hace notar la «sexualidad femenina» (entendido como el conjunto de características físicas y psicológicas propias de cada sexo) como una exageración de la construcción establecida para esta expresión, convirtiéndola en un simple objeto decorativo, clara evidencia de aceptación, de parte de la mujer, a la hegemonía que ejerce el varón.
Desde hace algunos años aparece la figura de la MACHITA a la que se le atribuye la ruptura de la Hegemonía del varón en la expresión de los caporales.
Desde luego el nuevo significado del papel que desempeña la mujer dentro de esta expresión, se replantea con la aparición de este personaje; los elementos de Poder ya no son únicos y solo atribuidos a los varones; la «Machita» echa abajo la construcción impuesta culturalmente sobre la mujer, aquella que la “cosifica” dentro de la danza, a su vez anula los estereotipos que sexualizan al personaje que se le asigno por muchos años.
La Machita, puede hacer uso de fuerza, energía y agilidad, expresarse sin miedos a salir del parámetro establecido por la sociedad, sobre el concepto de «femenino» ni adentrarse a lo «masculino»; ser naturales y hacer uso de elementos que permiten que el lenguaje corporal que emplee sea transparente y propios de su forma de expresión, aquellas que nacen con las emociones profundas y se exteriorizan de forma espontánea durante el éxtasis de la danza.
La voz femenina en el mundo moderno, mediante el Arte y las expresiones populares, desde sus entrañas da un grito, es ese grito que ha sido reprimido por siglos, y que, hoy, lucha por la adquisición de capitales simbólicos que permitan su equiparada condición en una sociedad llena de violencia y prejuicios machistas.
Sin duda las necesidades inmediatas de la mujer en la sociedad están cambiando, su búsqueda por romper con parámetros como los Adrocentristas, van teniendo éxito. Estos están siendo bien acogidos en la búsqueda de Poder e igualdad de género, una muestra de eso es la MACHITA en la danza de los caporales.