Músico Justo Quispe: homenaje al maestro del violín ayacuchano
En las alturas de Ayacucho (comunidad de Sapis, distrito de Socos) vive una de las últimas leyendas del violín andino: Justo Quispe Espino, quien toca este instrumento desde hace sesenta años, al punto que lo concibe como una extensión de sus brazos, un escape de su imaginación.
Justo aprendió a tocar el violín cuando tenía tan solo 13 años y, desde entonces, el instrumento de cuerdas no solo se convirtió en su eterno compañero, sino también en su herramienta de trabajo. No le enseñó nadie: los músicos nacen, no se hacen. Aprendió persiguiendo a los violinistas antiguos por corridas de toros y fiestas patronales, como un adolescente aprendiz de los viejos sabios.
Poco a poco ganó reputación entre las exigentes audiencias ayacuchanas gracias a sus virtuosos contrapunteos, y pronto se convirtió en el sucesor de sus maestros. “Lo que más me gusta de tocar mi violín es que he podido conocer diferentes lugares, muchos sitios distintos”, cuenta hoy don Justo, a sus 73 años.
Cuando era un adolescente, y todavía era aprendiz de violinista, salía a pastorear el ganado de su familia por las suaves colinas de la campiña ayacuchana. Una chica del pueblo solía acompañarlo, y ella se convirtió no solo en su compañera de trabajo, sino también de vida. Se enamoraron y tuvieron cuatro hijos, tres de los cuales han seguido los pasos de don Justo y también son violinistas.
Además, uno de sus nietos también sintió la vocación musical. Es decir, hoy don Justo, también experto tejedor de mantas, es el patriarca de todo un linaje de músicos ayacuchanos, que preserva la tradición de huaynos que se tocan desde tiempos inmemoriales.
“Para mí, tocar el violín es un disfrute, además de que me genera ingresos económicos”, asegura don Justo. Sin embargo, no todo es color de rosa en la vida del músico. Tener que soportar el frío intenso y las largas jornadas son la parte más difícil de esta actividad artística. Igual sucede con la vida misma, que tiene momentos muy amargos, como cuando sus hermanos fueron desaparecidos por Sendero Luminoso en la selva.
Pero la vida continúa, y si algún día alguien escucha un contrapunteo de violines en las alturas de Socos, sabrá que ahí están don Justo y sus hijos. Gracias a Pensión 65, este músico, depositario de un saber tradicional, tiene un apoyo extra, que le permite comprar alimentos para su familia y poder seguir dedicándose a cultivar su arte, que hoy también enseña a los más jóvenes del pueblo. No en vano, en Socos, a don Justo lo llaman “Maestro”.