Peritaje al Espía del Inca, la última gran novela de la literatura peruana
La fragilidad del poder político y militar es minuciosamente diseccionada en la novela El Espía del Inca escrita por el paciente Rafael Dumett. Los preparativos para el rescate del inca Atahualpa y su estrepitoso fracaso conforman la cuerda narrativa principal que, finalmente, nos muestra cómo es que un gran desastre es un concierto de pequeños errores y negligencias.
El telón de fondo o, bien dicho, la mortaja de la historia, es la Gran Pestilencia, una epidemia que, cómo hoy, excita el descontento de numerosos pueblos sometidos. Al mismo tiempo, las heridas de la guerra de expansión del estado incaico estaban frescas entre los derrotados.
Un niño nacido en una de esas naciones sometidas llamado Yumpacha es, justamente, el espía. La caída de un rayo despierta en él la habilidad de contar grandes cantidades en un solo vistazo, virtud que, contra el orden social habitual, lo lleva a gozar de una educación privilegiada que incluye enseñanzas en el arte del disfraz, el engaño, el cifrado de mensajes, la tortura y el envenamiento.
Es un “spoiler” inocuo revelar que toda la historia está registrada en un enorme quipu encontrado en una chullpa (especie de mausoleo incaico) y que, Yumpacha, de alguna manera, encarna y guarda en sí, las contradicciones sociales que acabaron por inclinar la balanza a favor de los pocos y rudos conquistadores que arribaron a Perú en los inicios del siglo XVI y determinaron el fin de toda una civilización que giraba sobre un eje malogrado: el Inca Atahualpa.
En un primer momento, se nos muestra al último jefe inca como un tipo inteligente, curioso y fascinado por lo europeo; sin embargo, a medida que permanece en cautiverio cae en la indolencia, la depresión y, finalmente, en la demencia. En sus últimos días, su cuerpo se consume tanto como su lucidez. Solo cuando la soga que aprieta su cuello está por arrancarle el último aliento, cae en cuenta de lo que el lector ya anticipa muchas páginas atrás. A pesar de ello y por virtud del narrador, esta desgracia ya conocida por cultura general, duele como una pérdida contemporánea.
Otro pasaje doloroso es la pérdida sufrida por Yumpacha quien, ya adulto, tiene que encargarse de los cadáveres de su esposa e hijos en medio de la indiferencia del Inca. La novela muestra cómo es que una gran herida en el corazón de un hombre puede torcer su conducta en un momento decisivo de un futuro distante. No era su vida la que definía sino el futuro de una civilización; esa es la gran tragedia de la novela: la imposibilidad de ponderar la real magnitud y las consecuencias de nuestros actos.
De lo mencionado se puede colegir que, en la extensa narración para los estándares actuales (casi 800 páginas), la sociedad incaica no se muestra con la simplicidad de las “figuritas de Navarrete”. El autor asume su papel de dios indiferente, que no juzga y no tiene otro poder que la omnipresencia. Ese diosecillo nos revela sin recato alguno que, en ese idealizado imperio también existían ladrones, pervertidos, obesos, alcohólicos, charlatanes, traidores, arribistas, haraganes y aduladores.
Para darle voz a guerreros, conquistadores, políticos, funcionarios y sirvientes, el autor recurre a recursos como el uso arbitrario de palabras (pepa por cerebro o cabeza, por ejemplo), las abundantes analogías con referencias a elementos andinos, uso de palabras quechuas y otros que dan como resultado la ilusión de que estamos ante personas de carne y hueso, como si Dumett hubiera tenido la tecnología para viajar al pasado y escribir la crónica definitiva de aquellos tiempos. Es notable el uso de expresiones como “una hervida de papa” o “ cinco latidos del corazón” para expresar medidas de tiempo. Son detalles narrativos aparentemente fáciles de elaborar pero que necesitan de trabajo riguroso y paciente, el mismo que pide Kafka cuando aclara que el arte necesita más de la artesanía que la artesanía del arte.
Otro de estos “detalles narrativos” es el uso de español antiguo en varios pasajes de la novela. Es un español un poco anterior al usado para la escritura del Quijote y, aunque algunos lectores pueden tropezar con sus vocablos y giros del lenguaje fuera de uso, tiene la propiedad de trasladarnos a esa época y tener ante nosotros, a esos españoles devotos a la burocracia que se expresan de la siguiente manera: “ E como cada vez que parece su amada, acallan la aues, ryen las acequias, siluan los cantos rodados, apártense las nubes, huélganse el Astro Rey de la poder covrir con su cálido manto”
Trae profundo respeto recordar que el autor se dio casi once años para culminar su trabajo y su buena documentación es innegable. Se nutrió bien y sigue el consejo de Hemingway cuando sugiere su idea del “iceberg” para explicar que lo que se lee en una novela debe estar sustentado por un sólido conocimiento (no visible) de aquello que se quiere contar.
Como toda gran historia, se incluyen personajes populares como Felipillo, Huáscar, Atahualpa, Francisco Pizarro, Almagro, Hernando de Soto y otros no tan conocidos como, Challco Chima, Rumi Ñahui, la bella Inti Palla o Quispe Sisa. Mención aparte merece el leal Cusi Yupanqui quien tiene la iniciativa de rescatar al Inca y exterminar a los españoles. Como el lector sabe que fracasará, el narrador se apoya en la pregunta: ¿por qué fracasa? para pegarlo a las páginas. El que escribe estas líneas jura que, al final del libro, la pregunta quedará plenamente respondida.
En este punto, es necesario sugerir que la literatura responde preguntas que la historia jamás podrá. Como preferimos dar por cierto el hecho hipotético antes que la incertidumbre,luego de leer El Espía del Inca, el lector está prácticamente convencido de que así se acabó el imperio, aún siendo plenamente consciente de que se trata de una ficción literaria.
Es mejor ser sincero: más que un intento de peritaje, el objetivo de estas líneas es el mismo que tienen las degustadoras: ofrecer un poco del producto para que el cliente adquiera todo el paquete. Se espera que el cometido se cumpla.
A manera de epílogo, es bueno informar que Rafel Dumett, anunció que, luego del Espía del Inca, tiene el proyecto de escribir una novela histórica sobre Eudosio Rabines, comunista, aprista, agente de la CÏA, dilapidador de la herencia de Mariategui, agente Estalinista, renegado del comunismo y, por si fuera poco, agente de la CIA. Es quien, al igual que Yunpacha, guardó en sí las contradicciones de su época. La literatura tiene la propiedad de reproducir una parte de la realidad sin explicarla o, mejor dicho, explicándola de manera inmejorable pues hace del lector, un testigo. Se espera que Dumett repita dicha hazaña.