La captura del Estado y la destrucción de partidos políticos en el Perú
Ser ministro de economía, promover una ley a favor de una banco y luego, al salir del cargo, pasar a ocupar un cargo de directivo del mismo un banco, es un buen negocio. Carlos Boloña fue el prototipo peruano de esta práctica luego de la reforma neoliberal implementada por Fujimori. Tras él, los grupos de poder colocaron prácticamente a todos los ministros de economía.
A esa práctica se le llama puerta giratoria y es uno de los mecanismos para la captura del Estado. Otro mecanismo es el Lobby parlamentario cuyo ejemplo más descarado lo describió el estudioso Francisco Durand quien apuntó que, en una incautación de una laptop perteneciente a directivos de una importante empresa, se encontró un proyecto de ley que iba ser introducida al Congreso a través de un parlamentario. Normas como las que permiten la devolución del impuesto a la renta por parte de las empresas mineras son, evidentemente, producto de esta manera de proceder.
Con ese par de mecanismos y otros más, los grupos de poder económico controlan aspectos básicos de la marcha del Perú. El corsé, por supuesto, es la Constitución Política del Perú. Cabe anotar que, de acuerdo a las investigaciones de Francisco Durand, el capítulo económico de la Carta Magna fue redactado por un grupo de economistas de EEUU que llegaron al Perú para, supuestamente, asesorar a la Confiep.
Monopolizadas las decisiones y aspectos fundamentales de la economía nacional y, por lo tanto, de la política nacional, no queda mucho poder para quien gane las elecciones.
Al margen de estar de acuerdo o no con las propuestas que llevaron a Pedro Castillo a la presidencia, lo claro es que las instituciones públicas están organizadas de tal manera que a Castillo, como a cualquier jefe de gobierno, le queda muy poco margen de acción
Es lo que se llama el “piloto automático” y funciona a partir del control del Ministerio de Economía, el BCR y las comisiones del Congreso que evalúan normas de la minería, la banca, la pesquería, hidrocarburos así como de otras instituciones. El dominio es de los operadores de los grupos de poder (Rafael Rey es un perfecto ejemplo de esto) y, quien gobierna, lo hace con un acuerdo tácito con ellos y, sino lo hace, es zarandeado como le pasa a Castillo.
¿Qué aspiración política o propuesta tiene lugar en aquel orden? pues ninguno, salvo el enriquecimiento propio y del entorno tal como pasó con Toledo, Alan García y Ollanta.
Si a nivel nacional la realidad se pinta de esta manera, en el ámbito regional y provincial se da de similar manera. Las decisiones más importantes están en manos del MEF mientras que a los gobernadores regionales y alcaldes solo les queda administrar una cantidad de presupuesto que, al final de cuentas, también es usado para aumentar sus ingresos personales, los de su entorno y los de sus financistas.
Los teóricos de la política se llenan de palabras como “ciudadanía”, “vocaciones autoritarias”, «corrupción institucionalizada» y similares, pero evitan hablar del papel de los grandes empresarios en la corrupción de los políticos y esto, porque, generalmente, aquellos académicos con tribuna son auspiciados y financiados por aquellos a los que no mencionan. Sobre esto, el economista Silvio Rendón tiene un interesante trabajo sobre el financiamiento indirecto de la CIA a intelectuales. (incluso los de izquierda)
En suma, si no hay proyectos políticos en el sistema electoral peruano es porque no hay mayor horizonte para el político profesional que enriquecerse. La hipocresía del sistema político peruano es, pues, la de jamás admitir esa realidad y pretender vivir en una “democracia imperfecta” cuando lo que existe es más cercano a una plutocracia.
El primer paso para salir de esta situación es meter de lleno la discusión política, el funesto papel de los agentes de los grupos de poder en la política peruana. Esto para redefinir sus papeles y comenzar los cambios reales en el sistema electoral y no con paparruchas como la que propuso Tuesta Soldevilla quien, por cierto, siempre fue una eminencia intelectual bien tratada (y condicionada) por los adinerados.