Tempestad en los Andes
Tempestad en los Andes fue un libro de Luis E. Valcárcel, publicado en 1927, con un prólogo de José Carlos Mariátegui.
Es un texto de denuncia de la opresión de los indios en el Perú por los gamonales, mestizos, la Iglesia Católica, el Estado y el Ejército, y de aspiración a su renacimiento liberador por la formación de una nueva consciencia indígena y su rebelión como huestes multitudinarias que habrían de bajar de los Andes a la Costa, conducidas por algún Lenin indio. Mariátegui decía en el prólogo: “«Tempestad en los Andes» llega a su hora. Su voz herirá todas las conciencias sensibles. Es la profesía apasionada que anuncia un nuevo Perú. Y nada importa que para unos sean los hechos los que crean la profesía y para otros sea la profesía la que crea los hechos.”
94 años después se constata que esa tempestad fue solo una expresión literaria y pictórica, aunque plena de esperanza, y que no hubo ese alud de indios en son de conquista conducidos por espartacos. ¿Por qué?
La colectividad indígena estaba, entonces, tan aplastada, privada de educación y explotada por los gamonales y la oligarquía blanca y tan envilecida por el alcoholismo y el consumo de hojas de coca, promovidos por sus opresores y los comerciantes, que nunca pudo desarrollar una conciencia colectiva como etnia ni crear un impulso para liberarse. A ello se añadía que los caciques indios, a los cuales la dominación hispánica había concedido la educación primaria en escuelas especiales para sus hijos y que en su mayoría estuvieron de su parte, se habían convertido en gamonales y explotaban a sus congéneres indios con la misma ferocidad que los gamonales blancos y mestizos.
En sus 7 Ensayos, Mariátegui acertó al decir que “El nuevo planteamiento consiste en buscar el problema indígena en el problema de la tierra” y que “El problema agrario se presenta, ante todo, como el problema de la liquidación de la feudalidad en el Perú.”, aunque sin aludir específicamente a una reforma agraria. Mariátegui, sin embargo, no le acordaba importancia a la educación de los indios, pues, como decía en el prólogo a Tempestad en los Andes: “No es la civilización, no es el alfabeto del blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea de la revolución socialista. La esperanza indígena es absolutamente revolucionaria.” ¿Podía desarrollarse la conciencia del indio sin el alfabeto? Tampoco Mariátegui advertía que él mismo escribía en castellano y que Tempestad en los Andes estaba escrito en esta lengua por un intelectual que no era indio. La idea de la revolución socialista fue asimilada solo por algunos indios y no influyó en el cambio de la situación económica, social y cultural de los indios en el Perú. Este cambio fue el resultado de la evolución de la estructura económica y de motivaciones correlativas con esta que no surgieron en los Andes.
Tal fue el caso del gobierno de Velasco Alvarado que acometió la realización de la reforma agraria por la necesidad de extinguir el feudalismo para posibilitar el desarrollo capitalista con la ampliación del mercado, acabar con la vil explotación de los campesinos y eliminar a la oligarquía terrateniente. No fue la expresión de un movimiento andino, sino de la nueva clase profesional, militar y civil, residente, en su mayor parte, en Lima, a cargo, en ese momento, del poder político y del poder técnico. De haber podido, la oligarquía blanca y sus allegados y corifeos mediáticos los habría supliciado y ejecutado como a los indios levantiscos y a los universitarios contestatarios. Resignada, la oligarquía esperó y, cuando estuvo segura, denigró al Velasquismo para alejar la posibilidad de una repetición de este fenómeno histórico, adaptándose, no obstante, a la realidad distinta que ese movimiento había producido.
En otro contexto, ha habido algunas tentativas de mostrar a Sendero Luminoso y sus acciones como una expresión de la tempestad andina de los indios. Mas no fueron nada de eso. Este movimiento fue creado por ciertos intelectuales y estudiantes universitarios radicados en algunas ciudades de la Sierra, en su mayor parte mestizos de la pequeña burguesía provinciana, resentidos por el desprecio de los blancos. Su mismo jefe procedía de una ciudad costeña y se había formado en la universidad de Arequipa, admirando a Kant. Aunque se proclamaban marxistas es evidente que no llegaron a comprender el materialismo histórico ni la nueva realidad histórica que la reforma agraria había posibilitado en la Sierra del Perú, y se dedicaron a destruir las instalaciones, el ganado y las cosechas de las nuevas empresas campesinas y a ensañarse con los pobladores andinos aterrados por la presión y los abusos que sobre ellos desencadenaban las fuerzas de la represión estatal. Su saldo, además de su destrucción como grupo, fue una legislación antiterrorista y la idea, difundida desde los centros del poder económico, de que cualquier movimiento popular es una prolongación del terrorismo senderista, acusación absurda que alguien ha bautizado como terruqueo.
El fenómeno de Pedro Castillo y el Partido Perú Libre tampoco es de raíz india, pero sí mestiza, andina y de la clase profesional, y ha suscitado la simpatía de los indios. Los resultados de las elecciones del 2021 lo expresan claramente. Han ganado largamente en las provincias de la Sierra con votos de electores mestizos e indios sin distinguirse unos de otros. En cambio, en las poblaciones de la Costa y, en su mayor parte en Lima y Callao, que concentran más de un tercio de la población del Perú, la mayor parte de votantes ha preferido a la candidata de la dinastía de la corrupción, reproduciendo una inclinación que viene desde la remota sumisión de los grupos raciales no blancos en el virreynato, reafirmada con las técnicas de la alienación.
Se podría decir que la elección de Pedro Castillo y la alta votación obtenida por Perú Libre manifiestan la voluntad andina de imponer su presencia en el control del gobierno, desplazando a los grupos descendientes de la casta blanca virreynal, cuyo centro de acción es Lima. Aquellos constituyen una nueva generación de políticos, no formada aún en las habilidades del gobierno y que, ahora, alcanzada la oportunidad de ejercerlo y de cambiar determinadas situaciones de injusticia, es posible que incurran en algunas torpezas propias del provinciano recién llegado a la capital, como las de Julián Sorel, el joven preceptor salido de una familia campesina llamado a prestar sus servicios en el palacio de un noble y potentado, en la grandiosa novela de Stendhal Rojo y Negro. De allí el asedio, las imprecaciones, la intimidación y el desprecio contra ellos de los opinólogos a sueldo del poder mediático y de los políticos y politiqueros de derecha, centro e izquierda de Lima, y su deseo no oculto y esperanza de que fracasen. Todo indica, sin embargo, que aprenderán muy rápido y que marcharán con prudencia. Piano, piano, si arriva lontano, pero a pasos firmes.
No es esta una tempestad pasajera. Es más bien, el desplazamiento del régimen de lluvias de la vertiente andina sobre la costa, donde no llueve nunca.
Hace ya muchas décadas, el ande ha venido ocupando lenta, constante y silenciosamente Lima y otras ciudades de la costa, educando a sus hijos y colocando a muchos en las universidades; y, poco a poco, ha tomado conciencia de su identidad e importancia. No es posible que este hecho sea reversible.
Es esta la personalidad mayoritaria de nuestro país y necesitamos reafirmarla como constitutiva de la estructura y las superestructuras del momento histórico en el cual vivimos para desarrollarnos plenamente.