Los sondeos electorales no son palabra de Dios
En 1990, a un mes de las elecciones fijadas para el 8 de abril de ese año, según los sondeos desarrollados por las encuestadoras, Alberto Fujimori apenas alcanzaba superar el 1% de intención de voto. A esas alturas el favorito para ganar, de lejos, era Mario Vargas llosa con 43%, seguido por Luis Alva Castro con 14.5%, Barrantes con 11.5% y Henry Pease con 6.8%. a la luz de estos resultados, Mario Vargas Llosa prácticamente ya andaba por las nubes, con su bastón de oro y su aire de virrey de tiempo colonial. Mientras que Fujimori continuaba en su afán de obrero, palanqueando su campaña.
A un mes de las elecciones de 1990, Fujimori no inquietaba, ni representaba algún peligro para nadie, pero a dos semanas de las elecciones todo dio un vuelco alucinante: en palabras de Romeo Grompone: “La súbita aparición de Fujimori se registra como una interferencia, que rompe con todos los pronósticos previos, como un misil que partiendo de un refugio desconocido se eleva a una inusitada velocidad y consigue dar en el blanco”.
Es así, como a dos semanas de las elecciones el partido “cambio 90”, en 1990, rompió todos los esquemas electorales, y se elevó hasta disputar el poder con Mario Vargas Llosa. Porque en política nada está dicho, ni escrito en tabla sumeria. Porque el escenario cambia constantemente y los sondeos electorales no son palabra de Dios. Nada raro seria que, de aquí a unos días, la torta se voltee y veamos a Urresti o De soto o Castillo Terrones u otro de menor porcentaje, surgir de la nada y derribar a los grandes. Este mes es como un horno caliente, donde si no actúas a tiempo, o dudas para decidir o, finalmente, no prevés la magnitud del fuego, el pan se puede quemar.