El informalismo peruano ante el Coronavirus
Los constantes sucesos de gente que sale desmedidamente a la calle, dejando de lado todos los protocolos aprobados por disposiciones legales, es una grotesca burla que todos cuestionan, al punto de generar indignación e impotencia en todos los ciudadanos que guardan respeto por todas las disposiciones emanadas del gobierno.
Coincidentemente el comportamiento que hoy cuestionamos, se reproduce con mayor frecuencia en aquellos departamentos donde hay el mayor número de infectados y muertos; toda esta situación ha llevado al Perú, entre los países de América Latina y el Caribe, a ocupar el segundo lugar después de Brasil con el mayor número de contagiados (129, 751); algo similar ocurre con el número de fallecidos que nos ha llevado al tercer lugar, en este orden: Brasil 24,512, México 8,134, Perú 3,788, Ecuador 3,203, Chile 806. (Estatista.27/05/2020)
Si bien las cifras son alarmantes, nos interesa conocer ¿qué razones impulsan a estas personas a infringir las normas del aislamiento social? ¿Es sólo por la carencia económica? ¿En qué medida la formación educativa influye en el comportamiento ante estas medidas? ¿Porque en algunas regiones hay menos afectados por el Covid-19 que en otras? ¿Qué otras medidas deberían adoptarse para tener éxito y reducir el contagio del coronavirus?
Un aspecto insustituible a tomarse en cuenta para implementar cualquier política o medidas de carácter social, es la educación. Con educación es posible cualquier cambio, sin ella es un absurdo.
Si bien la educación, desde el punto de vista pedagógico, es el proceso multidireccional mediante el cual se transmiten conocimientos, valores, destrezas, aptitudes y costumbres; desde la sociología, la educación es un proceso de socialización permanente de los individuos de una sociedad y ésta se comparte por medio de ideas, cultura, conocimientos, etc. Bajo esas premisas, la educación de los ciudadanos está estrechamente ligada a las formas de comportamiento social.
El hombre durante su desarrollo va adquiriendo y ejerciendo diversos roles, el progreso se evidencian de acuerdo a formación educativa que va logrando; de ahí que, la educación se convierte en el factor más importante en la formación del individuo como ser social y se plasma con el ejercicio de ciudadanía.
La formación como ser social, del hombre peruano, se desarrolla en un contexto concreto, diverso, con valores y costumbres que provienen de la familia y la cultura ancestral. Sin embargo, largos siglos de dependencia colonial, no sólo han provocado el desarrollo desigual de nuestra economía, sino también el aspecto social de los habitantes de nuestro país. Esas diferencias han permitido que gran parte de la población, fundamentalmente de origen andino o amazónico, hayan sido relegados en el derecho a la educación. El acceso a la educación de calidad sigue siendo un privilegio, al que acceden sólo las personas con capacidad económica, en cambio la mayoría debe contentarse con la educación pública que se imparte.
Los peruanos somos la expresión de esa gran desigualdad, pero vivimos en un país con una diversidad étnica, cultural y económica, con multiplicidad de ecosistemas, con gran variedad de suelos y climas, con valles, pampas, desiertos, nevados, playas y bosques exuberantes, con infinitos recursos naturales. “Un mendigo sentado en un banco de oro”.
En el Perú se ha desarrollado una cultura de la informalidad, «sacarle la vuelta a la ley» es una práctica muy frecuente, se practica la “viveza criolla” para de obtener beneficio propio en desmedro de los demás. Esta cultura chicha del informalismo convive con los que respetan la Ley y estado de derecho. Esta conducta, no es nueva proviene desde la conquista, así por ejemplo Pizarro, pasó de ser pastor de chanchos a conquistador del Perú gracias a su arrojo y viveza, a su desvergüenza y astucia, a su ausencia de escrúpulos.
La “viveza criolla” o “pendejada”, que inicialmente fue entendida como la picardía para obtener ventajas con el menor esfuerzo, hoy se ha generalizado, al punto de ser percibido como algo normal. Esta situación ha permitido que nuestro país tenga la tasa más alta de informalidad en América Latina (75% de la PEA).
El informalismo corroe todo el sistema, alcanza a gobernantes y funcionarios de los diferentes niveles de gobiernos. Una muestra de ello es la improvisación en la gestión pública, las decisiones populistas, el “tarjetazo”, el designar en cargos públicos a personas de la argolla por el simple “mérito” de apoyar la campaña. La informalidad es las antítesis del Estado y del contrato social. (Hildebrand, C.2020). La “criollada”, hace mucho tiempo dejo de ser una “travesura” para convertirse en delito, con graves consecuencias que dañan la moral y afectan la confianza del pueblo que los eligió.
Ni siquiera hay consideración durante la emergencia sanitaria por el Covid-19. Las adquisiciones fraudulentas son una muestra de esa “viveza criolla” convertida en delito. Por esta razón el Ministerio Público investiga 32 casos que compromete a alrededor de 1,000 funcionarios, de los diferentes niveles de gobierno. Entre estos casos se encuentran la Policía Nacional, Fuerzas Armadas (ejército y marina) y hasta al propio gobierno nacional. La reciente noticia de un contrato por S/30 mil soles a favor del señor Richard Cisneros, «Richard Swing» y dizque amigo del presidente Vizcarra, en plena crisis por el COVID-19 para el servicio de actividades motivacionales, ha provocado la renuncia de la actual Ministra del sector. No le falta razón a González Prada cuando afirmaba que “El Perú es un organismo enfermo: donde se pone el dedo, salta la pus”.
En la política, esta “viveza criolla” ha llevado a gran número de peruanos a ser belaundistas, velasquistas, apristas, izquierdistas, fujimoristas, toledistas, humalistas y ppkausas; saltando de tienda política con el objeto de sacar beneficio o chamba. Lo propio ocurre en la religión, siendo bautizados como católicos, hoy migran a los nuevos grupos religiosos, como si se tratará de una moda. La ausencia de convicción es fruto del informalismo, con la consecuente la pérdida de valores, del respeto asimismo y la pérdida de identidad.
Con esas características de comportamiento social, ¿cómo podemos ganar la guerra al Covid-19? Pareciera que nada nos conmueve, ni las desgarradoras escenas de muerte en las calles de Guayaquil, cuyo número creciente sorprendía a la comunidad internacional y que hoy hemos superado largamente. Las medidas adoptadas para garantizar el aislamiento social o cuarentena, al parecer no han tomado en cuenta esta situación. Dentro de esta informalidad está la gente que vive del ingreso diario, con una economía de subsistencia; pretender que estas personas, cumplan el aislamiento social sin provisión de alimentos, es como condenarlas a morir por inanición.
Son responsables de esta situación los que han dirigido la nación, durante todos los años de vida republicana. La informalidad se ha convertido en el mejor aliado de la corrupción. Se ha legislado y gobernado para el beneficio de los poderosos, relegando el interés público; la educación y salud no parecen ser prioritarios, pues sólo aparecen en el discurso; las regulaciones sobre formalización, en vez de ser un incentivo desalientan a los microempresarios. El informalismo va siendo el mejor aliado del Covid-19.
Hoy merece una respuesta la legendaria pregunta que Zavalita se planteara en «Conversación en la Catedral» del novel Mario Vargas Llosa, ¿En qué momento se jodió el Perú?