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Perú: Repensando el socialismo peruano


Milcíades Ruiz

Milcíades Ruiz
09/01/2018

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Una de las ventajas que nos proporciona el materialismo científico es la comprensión de los hechos. Estos no suceden espontáneamente porque sí. No existen los hechos aislados. Todos tienen antecedentes y consecuencias. Por consiguiente, si queremos juzgar un hecho y evaluarlo, no deberíamos verlo aisladamente. Tendremos que considerar las circunstancias en que ocurrieron y los factores que lo determinaron para tener un concepto cercano a lo real. Para ciertos socialistas, estamos ya en el centenario del socialismo peruano considerando las gestiones iniciales del líder José C. Mariátegui en 1918. Será necesario entonces, ubicar los hechos en su contexto histórico para valorar cada tramo de esta trayectoria.

Son cien años del ejercicio ideológico pasando por diferentes momentos en el tiempo histórico con sus episodios de luchas, traiciones, desengaños, frustraciones, fracasos y desesperanzas. Pero también de mucho entusiasmo, heroicidad y mística por la fe en la doctrina. No me refiero a un partido en particular sino al movimiento socialista de todas sus vertientes. Actualmente, no estamos en un buen momento político pero sabemos las razones de ello. Pero la conmemoración del centenario quizá sea el soplo de vida para reactivar el fuego del volcán que tarde o temprano, erupcionará inexorablemente.

Podremos decir mucho en este centenario comentando su largo recorrido y recordar los grandes momentos que ha tenido el socialismo peruano. Los conocedores seguramente lo harán. Pero quizá lo más importante será extraer lo mejor de esta experiencia y trasmitir a las jóvenes generaciones las enseñanzas aprendidas. Ser socialista en un mundo anticomunista no es fácil. Solo la convicción de estar en el buen camino nos da el aliento a seguir los ideales de una nueva sociedad equitativa y justiciera. Mirar el pasado tendrá valor si eso nos sirve para emprender el futuro en mejores condiciones de preparación.

En la década de 1960 nos parecía que el socialismo peruano estaba cerca, pero después de la década de 1990, con la disolución del bloque socialista europeo, las posibilidades se fueron apagando hasta llegar a la actualidad en que la palabra socialismo está proscrita hasta en nuestras filas. Se prefiere utilizar otras palabras como mecanismo de autodefensa, como táctica para evitar desventajas o, por conveniencias oportunistas. Así, los jóvenes no reciben el mensaje del socialismo sino un entrevero con consignas “progresistas” que lejos de esclarecer desorienta, impidiendo su acceso a la riqueza ideológica del materialismo dialéctico.

De este modo, el socialismo peruano viene perdiendo identidad, autenticidad, protagonismo y personalidad. No todos los izquierdistas son socialistas pero si, todos los socialistas son de izquierda. No obstante, muchos prefieren ocultan su ideología socialista para permitir el acercamiento con las fuerzas no socialista por táctica coyuntural. En esta situación nos encontramos ahora y así, iremos perdiendo protagonismo histórico si es que no reaccionamos y rompemos los temores que nos sujetan. Ser socialista es un orgullo por muchas razones. Tenemos fundamento científico y la historia está de nuestro lado. Deberíamos decirlo resueltamente.

Ya hemos pasado la época en que el Ministro del Interior de Belaúnde (Alva Orlandini) ordenaba las batidas allanando las casas de los socialistas para acusarlos alevosamente de subversivos, mostrando como pruebas los libros marxistas, los de J.C. Mariátegui, de Vallejo y hasta del cura Bolo. Los libros eran quemados en vía pública y prohibida su venta en las librerías. Hoy, eso nos parece una barbarie repudiable como años más tarde se verá la arbitraria “apología del terrorismo”. Es la misma práctica que aplicaban las autoridades virreinales para combatir las luchas por la independencia contra el colonialismo, pero no pudieron detener la historia.

Es verdad que el fanatismo terrorista nos ha hecho mucho daño y de eso tenemos que cuidarnos porque es incompatible con el socialismo. Imitar ciegamente el modismo chino y el modismo soviético ha sido perjudicial. Hoy que todo ha cambiado nos parece ridículo lo que hacían los seudo chinos vestidos a la usanza oriental desfilando uniformados al interior de las cárceles marchando con las banderas rojas, como nos parece repudiable la conducta de los seudo moscovitas abogando por la coexistencia pacífica con el enemigo que nos oprime (¿Reconciliación?). Hay que ver en qué han terminado estas poses ahora que ambos paradigmas, han tomado un curso indeseable.

No debemos perder nunca la personalidad propia. El colonialismo ideológico nos quita identidad dejando de ser lo que somos, por imitar poses impropias, ajenas a nuestra realidad. Los conquistadores europeos nos quitaron la personalidad del Tahuantinsuyo para imponernos la suya. Durante siglos nos hicieron adoptar el idioma, religión, vestimenta, y modo de pensar a la europea como más tarde se nos indujo a tener poses estadounidenses. Los nombres nativos han sido sepultados y aunque apelliden Mamani los nombres de los hijos suelen ser: Maicol (Michael), Yoni (Jhony), Yesica (Jessica).

La ciencia vale para todos como que dos más dos son cuatro, pero sin desconocernos. El socialismo peruano debería tener su propia personalidad emanada de nuestra peculiaridad. Lo peculiar nos identifica. Los patriarcas del socialismo científico tuvieron la virtud de aplicar las leyes de la naturaleza al estudio de la sociedad de su época dentro de la realidad en que vivían. Pudieron entonces determinar sus tesis de que el capitalismo genera de por sí, intrínsecamente, su anticuerpo con el que entabla una lucha a muerte por el predominio. La negación del capitalismo es el socialismo que finalmente prevalecerá cumpliéndose la ley de la naturaleza. Ese método sigue siendo válido pero aplicado a nuestra peculiaridad, a nuestro tiempo y a nuestro lenguaje, tiene otras características que no lo desmerecen.

El capitalismo del siglo XIX estaba en su etapa primitiva pero entró a una revolución industrial con la proliferación grandes fábricas de trabajo intensivo. La rentabilidad del capitalista descansaba casi totalmente en la fuerza de trabajo humano. Para competir en el mercado, los dueños de las fábricas pagaban el salario más bajo posible haciendo trabajar a los obreros (hombres, mujeres y niños) la mayor cantidad de horas posibles (hasta 18 horas diarias). En esas condiciones, los obreros eran realmente proletarios. Es decir, solo tenían su fuerza de trabajo y nada más. Su situación era paupérrima, extremadamente pobre.

Era natural que esos obreros lucharan por mejores condiciones de vida y su principal arma de lucha fue la organización. Capitalistas y obreros se enfrentaron como dos bando opuestos. Los obreros recibieron el sustento ideológico de los patriarcas del socialismo con el enfoque de que, así como los burgueses habían derrotado a las monarquías ahora le correspondía al proletariado derrotar a la burguesía. A la dictadura de los burgueses le seguiría la dictadura del proletariado como resultado de esta lucha de clases. Había otras clases sociales como la de los campesinos que luchaban contra los señores feudales, pero el enfoque se centró en solo dos: burguesía y proletariado (los obreros también vivían en los burgos).

Era una forma didáctica de llevar el mensaje a los trabajadores con un lenguaje sencillo y así se redactó el manifiesto Comunista. Solo al proletariado le correspondía la misión de hacer la revolución socialista por su consciencia de clase y se descartaba a otras clases. La contundencia de las tesis al respecto, generó una corriente ortodoxa como una verdad inobjetable. Pero lo que era un esquema didáctico fue tomado como un dogma sagrado que se viene repitiendo de generación en generación como una verdad absoluta.

Sin embargo, la primera experiencia socialista no fue obra del proletariado ni ocurrió en un país industrializado, sino en un país monárquico de economía rural sin mayor industrialización (solo el 15% de la población vivía en las ciudades) y por la acción del partido político socialdemócrata cuya rama bolchevique lideraba Lenin. En las sublevaciones contra el despotismo zarista participaban obreros, soldados y campesinos organizados en soviets.

Otros factores como la guerra mundial de 1914 influyeron para el aumento del descontento social y así se fueron dando las condiciones para la revolución bolchevique de 1917. Tampoco la revolución china ni la cubana fueron obra del proletariado a pesar de lo cual, hay socialistas que siguen pegados a la letra y quieren encontrar proletariado y burguesía en nuestro país como dos clase exclusivas. Pero el materialismo dialéctico nos enseña que a cada época corresponde sus respectivas condiciones. Nuestra realidad siempre ha sido y es muy distinta a la realidad en la que Marx hizo sus investigaciones.

Sus postulados científicos siguen vigentes pero las condiciones no son las mismas por razones dialécticas. Los obreros de hoy ya no son proletarios y muchos hasta se identifican con la patronal exprimiendo al consumidor para tener mayor participación en las utilidades. Los obreros de construcción civil gana más que los profesores y otros profesionales. Tengo junto a mi domicilio vecinos obreros con viviendas de cinco pisos, pensión de jubilación, servicios y beneficios sociales diversos, ganados mediante la lucha organizada legalmente. Ninguno tiene consciencia proletaria ni profesa el socialismo.

Estoy ingresando entonces al terreno polémico que siempre ha dado lugar a debates interminables. El socialismo es una doctrina viva y creo que es necesario que nos actualicemos a la luz del materialismo dialéctico sin temor a ser calificado como revisionistas. No deberíamos entonces permanecer estáticos frente a una realidad cambiante alardeando un discurso fuera de contexto. Se ha perdido la noción del término proletariado y se lo usa indiscriminadamente al antojo de quienes pretenden ser ortodoxos. Con ello, la voceada “creación heroica” de la doctrina acorde con nuestra realidad queda de lado.

En torno a este asunto se ha debatido durante estos cien años. No faltan los que se consideran clasistas que condenan a todo aquel que no tenga una ideología de clase. No son obreros pero dicen profesar la ideología del proletariado. Al igual que las sectas religiosas se consideran los genuinos socialistas. El sectarismo también ha hecho mucho daño al socialismo. Pero que se sepa, los que hicieron la revolución en los hechos y no en las palabras, tales como Lenin, Mao, Fidel y el Che nunca se jactaron de ser “clasistas”.

Cuando se tergiversan los principios doctrinarios se llega a extremos irracionales. Se fomenta el odio de clase sin ningún miramiento, como si los niños fueran culpables de que sus padres pertenezcan a las clases altas. Si seguimos la lógica sectaria, ni Marx, ni Engels saldrían bien librados por haber pertenecido a clases sociales acomodadas. Con este dogma tendríamos que haber aborrecido a Javier Diez Canseco tan solo por ser descendiente directo de uno de los trece de la Isla del Gallo que conquistaron el Tahuantinsuyo. No pues. Los socialistas luchamos contra el sistema y no contra una clase social en particular. Es el sistema el que genera clases sociales de intereses contrapuestos. Eliminado el sistema automáticamente desaparecen sus productos sociales.

Desnaturalizaciones del materialismo dialéctico hay muchas y sería largo enumerar pero, podemos aprovechar la ocasión para reflexionar sobre nuestros métodos de lucha, el lenguaje político que utilizamos, el sectarismo, las tergiversaciones doctrinarias, nuestros errores, nuestras fortalezas y debilidades para afrontar el futuro con efectividad. No deberíamos continuar con las discusiones estériles por años y años. Nuestro rendimiento político se mide por los logros obtenidos y no por discursos demagógicos.

Es de esperar que lo dicho en este texto, genere las iras de quienes se sientan aludidos, pero estoy dispuesto a asumir las consecuencias. Estoy acostumbrado a peores riesgos. Pero abrigo la esperanza de que los socialistas racionales reflexionen honradamente y trasmitan a los jóvenes las tesis socialistas sin tergiversaciones ni fanatismo.

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