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Ideología neoliberal


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Pedro Francke
27/03/2017

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En las últimas dos décadas y media economistas que creen que “más libre mercado» y «menos Estado» es siempre mejor, han jugado un rol central en el gobierno peruano. Son ideológicamente neoliberales, dominan el MEF y por su intermedio dirigen el conjunto de las políticas sectoriales: hoy, sin su opinión favorable, no se puede formar ni siquiera un área natural protegida, aunque de temas ambientales no tengan mayor conocimiento.

En ese mismo tiempo, la corrupción ha sido galopante. Hay quien cree que es una coincidencia que haya dos características fundamentales que atraviesan estos 25 años: neoliberalismo y corrupción. A mí me resulta difícil creer tamaña casualidad.

Algunos columnistas han resaltado la responsabilidad de los «tecnócratas» en este océano de corrupción en el que estamos sumergidos, otros les han puesto apellido y los han calificado de «tecnócratas neoliberales». Sustentaré en este artículo que el problema es que son poco tecnócratas y demasiado neoliberales.

NO ES TÉCNICA, ES IDEOLOGÍA

El neoliberalismo es una ideología. Tiene un conjunto de creencias que conforman un cuerpo cerrado de pensamiento, pero que no es ciencia, puesto que no tiene comprobación empírica, es decir, no se corresponde con la realidad.

Esa ideología empieza por la creencia de que todas las personas se comportan de manera egoísta, sólo piensan en su propio interés y actúan «racionalmente» en perfecta consecuencia con lo que quieren. Esto es falso. Varias décadas de investigaciones de los psicólogos Kahnemann (quien ganó el premio Nobel de economía) y Tversky, y otros economistas como Robert Shiller (también premio Nobel) en el ámbito de las finanzas, que han hecho centenares de experimentos respecto del comportamiento humano, han comprobado esto. Las personas nos preocupamos por la justicia y por las consecuencias de nuestras decisiones sobre los demás (aunque no suficiente para mi gusto). Muchas veces, además, ni siquiera somos consistentes con nuestros propios deseos, como lo sabe cualquiera que ha tratado de dejar de fumar o se ha enfrentado al difícil reto de bajar de peso. Además, existe el problema que todos tenemos que tomar decisiones mirando hacia un futuro que desconocemos, así que lo tenemos que hacer en medio de una gran incertidumbre, pero carecemos de la capacidad para procesar racional y equilibradamente toda la información existente.

Esa idea de que todos actuamos pensando solamente en nuestro propio interés, sin embargo, tiene un sentido ideológico mayor para el neoliberalismo. En una deformación bastante grosera del pensamiento de Adam Smith, dicen que al buscar cada uno su propio interés, la «mano invisible del mercado» logra el mejor resultado que les conviene a todos. Tienen un modelo económico que justifica que una economía de personas actuando egoístamente da resultados «eficientes», modelo ampliamente enseñado (yo lo estudié en “Microeconomía 2″). La letra chica de ese modelo establece que sólo hay eficiencia cuando todos, absolutamente todos los mercados, son perfectamente competitivos y toda la información es conocida completamente por toda la población. Es claramente un mundo de fantasía. Esa misma teoría dice que si cualquiera de esas implausibles condiciones se incumple, el mercado deja de ser eficiente. Pero ese «pequeño» detalle suele «barrerse bajo la alfombra» para seguir con la idea de que, mientras más libres los mercados, es mejor (algo que no se deduce ni de su propio modelo).

Inventaron incluso una teoría macroeconómica llamada de «expectativas racionales» usada para combatir las políticas keynesianas con las que hace 80 años se trata de regular los ciclos económicos y usan todos los bancos centrales del mundo.

Esas teorías han servido de justificación para la ofensiva neoliberal, iniciada por los «Chicago Boys» de Pinochet en el Chile de los 70, impuesta a nivel mundial por Reagan y Thatcher en los 80 con la ayuda del FMI y después en el Perú con Fujimori y sus ministros Boloña y Camet tras el autogolpe de 1992. Como lo racional era el interés egoísta y el libre mercado era lo eficiente, había que privatizarlo todo, reducir impuestos y «destrabar».

¿TÉCNICA O IDEOLOGÍA?

Regresando a la reciente discusión sobre la responsabilidad de la tecnocracia en la corrupción, hay que empezar diciendo que ese grupo al que suele aludirse no está constituido por tecnócratas. Según reviso en la Real Academia de la Lengua Española, tecnócrata es el «profesional especializado en alguna materia económica o administrativa que, en el desempeño de un cargo público, aplica medidas eficaces que persiguen el bienestar social al margen de consideraciones ideológicas». Subrayo lo que claramente no se aplica al Perú, ya que si de algo ha estado lleno el gobierno de estos años ha sido de economistas totalmente ideologizados.

No es una verdad científica que toda privatización siempre es buena, que el Estado siempre tiene que ser lo más pequeño posible, que lo mejor siempre es beneficiar al máximo a los inversionistas y eliminar todos los controles, que las APP son mejores que la inversión pública: eso es pura ideología. No es solamente «técnica» a la que le falta «política» es ideología a la que le falta conexión con la realidad.

Ideología neoliberal que sirve también, por cierto, para relegar la ética. Todas esas decisiones privatizadoras y de beneficiar a grandes empresas privadas no son nada técnicas, pero el barniz ideológico del neoliberalismo sirve muy bien para justificar las conexiones con intereses muy pero muy concretos (y millonarios, por cierto). Porque, si se cree que lo «racional” es que las personas busquen exclusivamente el mayor beneficio individual, ¿no sería lógico que quienes así piensan lo apliquen a su vida personal? Debe ser seguramente lo que habrá pensado el ministro de Fujimori Carlos Boloña cuando, luego de dar la ley de AFP, se hizo accionista dueño de una. O lo que habrá ideado Jorge Carnet, el siguiente ministro de Economía de Fujimori, para multiplicar por cien sus contratos de constructor con el Estado mientras estaba en el gobierno (y luego para hacer a su empresa JJC socia de Odebrecht).

No es de extrañar que así haya sido. Investigaciones han mostrado que los economistas formados de esta manera son más egoístas que los demás profesionales (pueden ver un par de estudios al respecto en http://bit.ly/2mAXr8f y http://bit.ly/2mHmCVO). Es verdad que esos estudios se han hecho sobre todo en los Estados Unidos, así que no podemos estar seguros de cómo sería por estos lares, pero sin duda dan indicios de algo. El que esa ideología neoliberal vaya de la mano de un cierto sentido común peruano que dice que «para cojudos los bomberos» y que «por la plata baila el mono» remarca la facilidad con la que esas ideas se multiplicaron en estas tierras.

LOS BUENOS TÉCNICOS

La economía tiene una parte de técnica, algún conocimiento científico y una enorme dosis de ignorancia. Empiezo reiterando algo que escribí algunas semanas atrás: hay muchísimo, creo yo la mayor parte de lo que pasa en nuestras sociedades, que aún no podemos explicar de manera científica. No tenemos conocimiento suficiente y por eso no tenemos soluciones totalmente probadas para resolver la mayoría de problemas sociales. Esa es la triste realidad aunque muchos equivocadamente crean que sus teorías ideologizadas son «verdades».

Pero la economía también tiene algo de técnica y algo de ciencia. Algo sabemos. Tenemos herramientas que son útiles, como calcular costos y armar un presupuesto, o entender que una deuda tiene un costo financiero que habrá que pagar tarde o temprano y calcularlo. Sabemos que aumentar la inversión pública aumenta la demanda y reactiva la economía, que los mercados cumplen una función importante de información e incentivos, que el mercado financiero debe ser regulado cuidadosamente. Existe un rol importante que, como técnicos, los economistas podemos cumplir en el Estado, pero para ello hay que liberarse de ideologías perniciosas.

Finalmente, un buen técnico dentro del Estado no lo es sólo porque tiene destreza en el manejo de sus herramientas. Debe serlo también en respetar la ley, entender la función pública como un servicio a la nación y luchar contra la corrupción, aunque algunas veces eso signifique enfrentarse a algún jefe sinvergüenza y arriesgar su puesto, sus ingresos y su bienestar. Un buen técnico es también el que no siempre actúa, como dice la teoría neoliberal, pensando sólo en su propio interés: hay que estar también dispuesto a jugársela por este país nuestro, de todos.

Luchar hoy contra la corrupción exige separar la paja del grano. Una de esas diferencias que hay que hacer es entre la ideología neoliberal y los conocimientos de la economía. La otra es entre los corruptos bajo cubierta ideológica y los buenos técnicos, a los que tenemos que aplaudir y promover.

Tomado de “Hildebrandt en sus Trece” N° 337

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